miércoles, 4 de diciembre de 2019

ENCHUFE TV EN LA COLINA DE LA PICOTA COLONIAL

Para qué voy a entrar en detalles aburridos si una sencilla y hermosa función matemática basta para ilustrar el carácter y el sentimiento de la década que está por terminar (2010 a 2019):

  y(t) = A sen (ωt + φ)  

En alguno de los momentos de relativa tranquilidad, cuando la sinusoide del devenir alcanza su amplitud máxima negativa o positiva (A), en alguna sima o cimada igual porque el sentimiento es el mismofui convocado a participar en un asunto que creo que organizaba un grupo de estudiantes y profesores de arquitectura de la Universidad Católica del Ecuador. El evento, titulado Martes de mierda, consistía en la invitación a diferentes personajes del mundillo cultural quiteño para que expliquen su obra en un ambiente informal, relajado y un poco ahogado en cerveza, la alegre compañera. En esa ocasión los invitados eran los productores, creadores y actores de enchufe.tv. La tarea que me fue asignada consistía en escuchar las conversaciones y, posteriormente, redactar una pequeña crónica de los acontecimientos. El resultado fue el relato que presento a continuación.

Este texto fue publicado por primera vez, ligeramente distinto, el 10 de diciembre de 2013 en la bitácora http://martesdemierda.blogspot.com. 

Por: José Miguel Mantilla Salgado

Hoy es martes y es de mierda.  Llegamos temprano al lugar de la invitación pero los pocos espacios de estacionamiento disponiblessobre la acera—ya están ocupados. Giro a la derecha por la avenida Juan Montalvo y me detengo a pocos metros del puente de la calle Yaguachi, frente a la fachada principal del Palacio Legislativo. Me recorre un escalofrío negro. Un pensamiento de terror se insinúa fugazmente en mi imaginación y se extingue. No llega a ser más que un impulso incomprensible, similar al destello de una bombilla eléctrica defectuosa que, luego de apagada, emana aún leves irradiaciones, casi inapreciables pero intensamente fastidiosas. Permanezco en el asiento y procuro recobrar la idea perdida. Intento completarla; pero entonces el Mateo grita, desde el otro lado del automóvil: "¿no te vas a bajar?", y las tenues formas del pensamiento se desvanecen y abandonan mi espíritu, supongo que para siempre.

Ingresamos a la "Casa Okupa". Nos recibe Javier, uno de los organizadores. Le pregunto si ya llegaron los invitados de la noche. Me responde que sí, que han venido diez y que están muy animados. Tomamos unas cervezas del bar y buscamos un lugar donde instalarnos. La silla de plástico donde se sienta el Mateo está a medio romperse. Por poco se cae. No me río siquiera, intentando recuperar el sentimiento que tuve al llegar frente al Palacio Legislativo, pero no lo consigo.

La "Casa Okupa", lugar que no conocía y al que no ansío volver en mucho tiempo, se encuentra debajo del puente de la calle Yaguachi, el primer paso elevado que se construyó en la ciudad de Quito, en 1960, con motivo de los preparativos para la célebre XI Conferencia Panamericana que nunca llegó a realizarse. No hace falta extender más la descripción. Estaba oscuro.

Todos saben qué es enchufe.tv. Durante horas se abordan las dos cuestiones inevitables: primero, si los sketches de enchufe.tv tienen un carácter universal y local al mismo tiempo, y, segundo, si los ideales con los que se fundó la agrupación permanecen a pesar del éxito alcanzado. Las respuestas de los integrantes de la productora son: sí a lo uno y sí a lo otro también. Es una lástima que nadie mencione que mañana (miércoles 13 de noviembre de 2013) se cumplen dos años desde el lanzamiento de su primer video. No es un tema imprescindible pero sí una coincidencia significativa y un motivo más para beber, en martes. Decido no interrumpir.
 
Un personaje con acento español perturba el diálogo con sus anécdotas vacías y otras charlatanerías que no le interesan a nadie. El Mateo, que seguramente está pensando lo mismo que yo, le dice en voz alta, "¡¿por qué no te callas?!" (con el tono del Rey Juan Carlos I a Hugo Chávez en la XVII Cumbre iberoamericana de jefes de estado). Me río un poco y sin querer estoy a punto de recobrar el evasivo pensamiento de la llegada, pero es imposible. Ahora recuerdo, en cambio, que en este preciso lugar ocurrió, hace 467 años, la Guerra de Quito, donde murió el Primer Virrey del Perú, Blasco Núñez Vela, derrotado por las fuerzas rebeldes de Gonzalo Pizarro.
 
Cierta idea retumba entre el barullo de preguntas y contestaciones de la noche: el propósito de Touché Films ha sido, desde el inicio, cambiar la triste historia de la producción audiovisual del Ecuador, y los sketches de enchufe.tv fueron el mejor medio que encontraron para hacerlo. Se dicen cosas inteligentes; se manifiestan principios incorruptibles; se demuestra que en este país se pueden hacer cosas como es debido: de forma profesional y divertida. Se bebe cerveza. La fotógrafa hace su trabajo con elegancia. Transcurre con normalidad un buen Martes de mierda.
 
Escucho por enésima vez al personaje con acento español interrumpir la conversación y al Mateo amenazarlo. Entonces, y sin conexión aparente, siento encenderse en mi pensamiento algo que sólo sabría definir como la mitad no formada de la idea que había flotado ante mi espíritu el momento que estacionamos el automóvil frente al Palacio Legislativo. En pocos segundos la idea adquiere densidad, límites, contorno, textura y color; se completa: EN ESTE LUGAR ENTERRABAN A LOS MUERTOS

"Este sitio fue un cementerio", le digo al Mateo. "En el lugar donde dejamos el auto se hallaba la picota colonial. Allá se ajusticiaba con la horca a los infractores de la ley. Y aquí, al pie de la colina, enterraban a los gentiles, a los que no merecían ser sepultados en el cementerio de la ciudad. Algo me incomodaba desde que llegamos y era eso. Bajo nuestros pies enterraban a los muertos".

Listo, resuelto el misterio. Al fin puedo concentrar mi atención en la charla sobre la que debo escribir. Pero ya es tarde. Para entonces el evento ha concluido.
 
Javier se acerca a conocer mi opinión. Le respondo que me ha parecido "interesante". Me dice que estuve muy callado, pero que no importa, que otros críticos también lo han estado durante el conversatorio y que lo que importa es lo que escribiré al respecto. Nuevamente escalofríos. El temor de la hoja en blanco y esas cosas.

Me piden que salga a comprobar si mi auto está bien porque han robado algunos vehículos en la parte alta de la colina. Salimos, subimos la cuesta hasta el tope y encontramos a un grupo de estudiantes frente a un automóvil desvencijado. Les han robado tres computadoras y alguna pieza del motor. Los rateros dejaron un teléfono celular sobre el asiento trasero. No lo quisieron tomar, seguramente porque es viejo y de color palo de rosa, muy feo. Una chica pide ayuda porque su vehículo no se enciende. Los ladrones cortaron los cables de la batería para desactivar la alarma. También mi automóvil ha sufrido el paso de los malandros. Rompieron un vidrio pero no hallaron nada que sustraer del interior, ni siquiera un teléfono rosa. En total fueron siete los coches afectados.
 
Un círculo de personas se ha formado a media noche, a causa de los caprichos del azar, en torno al sitio de la picota colonial. ¡Martes de mierda! dice uno de los chicos que perdió su portátil en el robo, al tiempo que levanta la botella y bebe un trago de cerveza. Sus pertenencias fueron sustraídas en el preciso lugar donde hace siglos se levantaba el monumento de la justicia implacable ¿Representaba aquello una fabulosa ironía del destino, una coincidencia significativa, un símbolo quizás? Los vidrios rotos de los siete coches perjudicados brillan sobre el mismo suelo donde centelló la sangre de la cabeza degollada de Blasco Núñez... ¿Vamos a comer algo? pregunta el Mateo. Vamos rápido, le respondo.

Y en el cementerio olvidado, al pie de la colina, los asistentes visten de manera ridículamente formal en un día ridículamente ordinario. Beben entre semana con la tranquilidad de hacerlo en un evento de carácter cultural, y escuchan, hasta la saciedad, a unas personas que confiesan que en realidad querían hacer porno pero sus mamás no les dejaron.

miércoles, 16 de octubre de 2019

NO HAY PEOR PROGRE QUE EL ANIÑADO RESENTIDO


“No hay peor reaccionario que el progresista arrepentido.
Breves reflexiones sobre el estado de la dictadura.
La guerra terminaría si los muertos pudiesen regresar.”

Ya van tres eslóganes introductorios, uno atrás de otro, y todavía no llegamos al comienzo del artículo de Iván Mora. Sólo así se entiende cómo un escrito autocomplaciente, oportunista y atiborrado de lugares comunes, puede extenderse tanto y aportar tan poco. En todo caso, los que conocemos y apreciamos al autor, y vimos Sin otoño sin primavera, sabemos que los eslóganes son su estilo.

Por fin, después del tercer punto a parte, llegamos al primer argumento original del manifiesto, únicamente para llevarnos una decepción. Para Iván, las dos posturas del debate político de los últimos días consistían en: a) “oponerse al paquetazo criminal”, o b) “vagos déjennos trabajar”. ¿Hace falta señalar que las posturas enfrentadas son muchísimo mas complejas y que hay mucha malicia en esa forma de sintetizarlas? Lamentablemente si hace falta porque, aunque casi todo el cine ecuatoriano es a color, muchos de sus protagonistas parecen ver el mundo en blanco y negro.

Es difícil rebuscar en los trasteros de la complejidad sin toparse, ya en la puerta, con la contradicción. La contradicción de hallar en un sermón moralizante y parcializado, como el de Iván, una frase como esta: “Yo creo fervientemente en que la humanidad está (entre otros lugares) en comprender al que piensa diferente, en entenderlo”. El fervor humanista y democrático del autor no dura más que un párrafo. A partir de allí, con el consabido comodín de los derechos humanos, se desarrolla precisamente un fervoroso ataque al que piense.
Menciono el escrito de Iván Mora, a quién respeto y estimo, como ya dije más arriba, porque al publicar su escrito debió estar consciente de que se exponía a recibir alguna réplica. Pero no es nada personal. El mensaje va para todos los amigos y conocidos que dicen —y en todo caso están en su derecho a hacerlo, pero también deben tolerar una respuesta— que para instaurar la justicia, está bien suprimir la verdad, suprimir la paz, suprimir la razón, suprimir el diálogo. Los últimos acontecimientos me han hecho pensar que, sí, posiblemente no hay peor reaccionario que el progresista arrepentido, pero tampoco hay peores progresistas que los aniñados resentidos con su propia clase social.
Para no quedar atrás en las demostraciones gratuitas de erudición yo también voy a emplear un eslogan: “El único artista comprometido es el que, sin rechazar el combate, se niega al menos a sumarse a los ejércitos regulares”. Lo dice Albert Camus en “El artista y su tiempo”. Haría muy bien a las personas inteligentes y bienintencionadas, como sé que son los amigos a los que me he referido, releer a Camus en este momento de polarizaciones y cegueras ideológicas.
Prometí a alguien que intentaría que este fuera un texto lo más TENDENCIOSO posible. Algunos los verán así pero, por supuesto, yo no. Así que aquí va mi aporte personal:
¡A mi sí me importan mucho las “sólo son piedras” de Quito, carajo!




lunes, 18 de marzo de 2019

LA VILLA HIDRA DE LERNA - MEMORIA DEL PROYECTO ABANDONADO DE UNA CASA POLICÉFALA



PREÁMBULO

Diez de la noche de un lunes próximo al equinoccio de marzo (de un año cualquiera, en una época folletinesca):

Un pequeño taller en el sótano de una cabaña. Muchos libros, decenas de maquetas de arquitecturas nunca realizadas, montones de dibujos y de esperanzas. Sobre la mesa, el proyecto terminado para la villa Hidra de Lerna.

Llega un mensaje al teléfono

Doña Hidra: Hola, sabe que le hice una oferta a mi arrendatario para comprar la casa en la que vivo y, hoy por la tarde, me aceptó. Todo ha sido repentino. Ya no construiré la villa.
En la casa actual pienso hacer reparaciones, si le interesa darme una mano.

Así después de más de siete meses de trabajo cayeron súbitamente el telón y las esperanzas de construir una imagen terrenal de la perfección.

«Los pueblos no se detienen en sueños poéticos en el crepúsculo de un oasis»

Siete meses antes:

Una oficina. Muchos libros, decenas de maquetas de arquitecturas nunca realizadas, montones de dibujos y de esperanzas. Sentados junto a un gran escritorio, una mujer elegante (con aires de Dominique Françon) y un magnífico arquitecto.

Doña Hidra: Buenos días, la señora S.V. me refirió a su persona. Tengo planes de construir una casa.

El arquitecto: Buenos días.

Doña Hidra: Conocí la casa que usted proyectó para la familia S.V. Me parece que su obra tiene alma. No quiero una casa de diseño "moderno”, de aquellas que salen en las revistas acompañadas de los calificativos, “tendencia, innovación, sofisticación y confort”. No deseo una construcción ejecutada al staccato. Quiero una casa con alma, con carácter, como la que hizo para la familia S.V.

El arquitecto: (en voz baja) Santa aparición benéfica, ¿estaré soñando?

Doña Hidra: Explíqueme por favor, ¿cómo debemos proceder?

El arquitecto: Señora, por ahora me encuentro estudiando a profundidad mi oficio. En el tiempo que me queda no me comprometo a desarrollar más que un proyecto al año.

Dígame, ¿por qué busca usted un arquitecto? Nuestra época actual no desea “arquitectura”. Se conforma con algo que la ha suplantado, algo que ha tomado su nombre y nada más. A lo sumo se busca alguien que legitime cualquier construcción a la que hoy en día, engañosamente, se bautiza con el nombre de la madre de todas las artes. 

Todas las épocas han requerido construcciones y siempre se han hallado las técnicas y los materiales más convenientes según las circunstancias; son los técnicos los que trabajan, y muy buenos técnicos a veces. Pero la aspiración de “arquitectura” ha supuesto obligadamente  un compromiso superior, de parte de todas las personas involucradas, para hacer algo más que un refugio confortable o una buena construcción. ¿Está usted segura de que necesita un arquitecto?

Doña Hidra: ¿Es música aquello que perciben mis oídos?

Esa misma tarde de agosto, Doña Hidra y el arquitecto acordaron desarrollar un proyecto con el anhelo de llegar a construir una obra de arte, una ofrenda desinteresada que las futuras generaciones custodiarían y entregarían a la humanidad como testimonio de la grandeza de nuestro tiempo. Se propusieron proclamar grandiosamente, desde la arquitectura, lo que hubiera en ellos de nobleza artística. Prometieron ofrecer al alma campos de poesía.

Cada semana se reunían y afirmaban su anhelo de erigir una casa que representara sus esperanzas para el mejoramiento de la sociedad, una imagen terrenal de la perfección, un universo en miniatura, una obra con derecho a confrontarse con las mejores de nuestros predecesores.

Tan altas e imposibles eran sus metas. No es que se consideraran especialmente capacitados para hacerlo. No se consideraban mejores o peores que nadie. Desconocían si eran las personas más indicadas para cumplir con tan altas expectativas. Sin embargo se proponían emplear todas las fuerzas disponibles en el intento. Sólo empeñándose en una empresa tan exigente llegarían a algún resultado lo suficientemente apartado de la numerosa mediocridad acostumbrada.

Pero nuestra época, tan paupérrima de ideales, no merece el esfuerzo de artesanos meticulosos. Nuestro afanoso oficio responde al anhelo de otros tiempos, otros espíritus y otros pueblos. Se puede conocer la naturaleza de un pueblo examinando los objetos que crea. La avaricia, la ignorancia, la falta de compromiso y de curiosidad, la pereza, el egoismo, la desidia, el facilismo, la corrupción, la fatuidad y el desencanto; se expresan muy bien a través de los miles de “edifesios” que construyen las legiones de chapuceros actuales. Finalmente, como pueblo, cuando todo haya terminado, nuestro testimonio material serán los millones de toneladas de plástico que estamos dejando en los océanos y, con suerte, apenas dos o tres obras de arquitectura que no desatarían la cólera de nuestros predecesores, los genuinos herederos del oficio de Senenmut.

«Los pueblos no se detienen en sueños poéticos en el crepúsculo de un oasis» ¡Caigan todos los telones y las esperanzas!

LAS TRES RAZONES:

La divina geometría del terreno

Tres razones tenía el proyecto. La más grande, mas cierta y precisa, era la razón del lugar: un polígono que parecía trazado por los hombres cuyas huellas reconoc Aristipo en Rodas.

Razones entre los 5 lados = 1:5:1:3:5
Ángulo entre los linderos Norte y Sur = 30°
La superficie era igual a la suma de 30 triángulos equiláteros de lado = 6.75m 

La segunda razón: Doña Hidra y sus dos hijos. No demasiado exigentes en el plano existencial, pero muy exigentes en el plano estético. "Tres habitaciones grandes", "No medios pisos", "Cocina con salida a un patio", aquellas fueron, prácticamente, las únicas consignas durante el proceso. ¡En aquello parecían descendientes del Conde Paolo Almerico! y se confirmaba además el acierto de optar por una aproximación evidentemente paladiana, que pretendía evocar la atmósfera melancólica de la fachada posterior de la Villa Pisani en Montagnana (1553).

La tercera razón fue la belleza de las posibilidades combinatorias de las 6 diagonales cortas del hexágono (entre las 9 diagonales que posee en total).

Las seis diagonales cortas del hexágono

EL PROYECTO:

El terreno con el trazado de la trama de triángulos equiláteros

Implantación

Planta alta

Planta baja

Cortes

Fachadas


MAQUETAS DE ESTUDIO:

Maqueta del terreno con plataformas hexagonales que se adaptan perfectamente a las curvas de nivel


Primera maqueta de estudio

Primera maqueta de estudio


Asoleamiento del acceso en los equinoccios

Segunda maqueta de estudio
Estudio del encuentro entre el cuerpo ortogonal y el cuerpo hexagonal


Asoleamiento en los equinoccios


Estudio en perspectiva (casi al final del proceso)


«Los pueblos no se detienen en sueños poéticos en el crepúsculo de un oasis»
Cae el telón



OTROS DIBUJOS: 




INFOGRAFÍAS: gracias a Francisco Reyes (Panchito)






NOTA: Este escrito adeuda conceptos y expresiones a Luigi Cosenza en su Farsa ideal de un proyecto ideal (1936), así como a Ch. E. Jeanneret en su Voyage d'Orient (1911).