Ilustración: Juego de Paneles XVIIII, JMM, 2020 |
Por José Miguel Mantilla Salgado, PhD (c)
El eje académico de la BAQ 2018 se
planteó como un espacio para dialogar sobre la arquitectura en sí misma. Con este
objetivo se invitó a las escuelas y facultades de arquitectura a nivel
internacional y al público en general, a analizar y discutir una muestra de
obras de arquitectura que, hipotéticamente, fuesen ejemplares en su respuesta a
las demandas más urgentes de la realidad actual sin por ello abandonar los
ideales intrínsecos de la disciplina.
El enfoque temático así propuesto condujo
al planteamiento de varias preguntas respecto a la relación de la arquitectura
con el mundo. Parece haber un acuerdo, aunque esto no siempre se vea reflejado en
la práctica, en cuanto a que las acciones de los arquitectos —como las de
cualquier otra persona— deben necesariamente ser responsables con la realidad;
llámese ésta realidad social, medioambiental, cultural, incluso realidad
tecnológica, constructiva y material. Donde el asunto no aparenta ser tan claro
es en el ámbito de la disciplina y de su relación con las realidades
mencionadas y con otras no menos importantes. En este sentido, desde el eje
académico de la BAQ, surgieron las siguientes interrogantes:
¿Puede la arquitectura ser consecuente
con la realidad sin dejar de ser coherente consigo misma? ¿Posee la arquitectura
una autonomía afirmada en el conocimiento de algunos principios generales
transmisibles y que le sean propios? ¿Posee la arquitectura sus propias reglas?
De ser así ¿cuáles son estos principios y reglas?
La segunda pregunta planteada menciona la
palabra autonomía. Al menos dos de los críticos invitados a la BAQ 2018
mostraron actitudes comparables, si bien con distintos matices, frente a este concepto
referido a la arquitectura.
Enrique Walker manifestó en la entrevista,
“Diría que la arquitectura se redefine continuamente, como
toda disciplina, a medida que cambia su mundo. Es decir, ciertas condiciones
emergentes, ya sea de tipo cultural, social, o técnica, detonan preguntas que
desplazan sus límites respecto a disciplinas adyacentes y, en consecuencia, su
centro. Algunos arquitectos han convertido estas condiciones en oportunidades para
reformular y expandir la arquitectura. Uno podría referirse a este proceso como
una búsqueda de autonomía. Se trata, en definitiva, de entender la naturaleza
de la propia disciplina: lo que le es propio, incluso único, lo que forma parte
de su ámbito, lo que puede y no puede hacer. Sin embargo, el término autonomía
ha supuesto una serie de malentendidos, en particular en el contexto
neoyorquino, donde enseño. Por ejemplo, se suele confundir la operación de
definir límites respecto a otras disciplinas con la operación de aislarse como
disciplina. O la autonomía de la arquitectura como disciplina con la autonomía
de la arquitectura como objeto. En mi opinión, la operación de autonomía de una
disciplina (es decir, el proceso de delinear sus límites y posicionar su
centro) supone, por sobre todo, reiterar que ésta sigue siendo necesaria. Es
decir, cuando una disciplina se redefine, en virtud de preguntas detonadas por
ciertas condiciones emergentes, lo que hace es renovar su rol en el mundo, su
contrato con la sociedad.” (Walker,
2018)
Otro crítico invitado a la BAQ2018,
Freddy Massad, no da muestras de estar enteramente a favor del concepto de
autonomía referido al campo de la arquitectura,
“No estoy tan
seguro de la autonomía en la arquitectura, creo que si tiene, pero también son
principios que pueden discutirse. Estamos en un tiempo bisagra, estamos en un momento donde la sociedad está cambiando
para transformarse en otra cosa. Estamos ante el fin de una época, la
tecnología está provocando ese cambio y la velocidad de los cambios son tan
tremendos que no llegamos a entender la época en la que estamos viviendo”
(Massad, 2018)
Antonio Armesto, otro de los invitados,
tiene una apreciación similar a la de Enrique Walker. Lamentablemente no fue
entrevistado sobre este tema. Sin embargo, en un escrito de su autoría
publicado hace algún tiempo, sostiene lo siguiente,
“Decir que algo
posee autonomía no es lo mismo que decir que es independiente, que puede
separarse de todo lo demás y situarse en un mundo aparte, autárquico. La idea
de autonomía la tenemos todos, pero no todos somos completamente conscientes de
sus implicaciones. Autonomía quiere decir sencillamente, que algo «se arregla»,
es decir, que algo posee elementos y reglas que le son propios y se rigen por
ellos. Defiendo, por lo tanto, que la arquitectura posee autonomía: se arregla,
tiene reglas y elementos que le son propios y que forman parte de su ethos, de su modo de ser útil. Y
defiendo que el arquitecto debe tener conciencia de la autonomía de la
arquitectura para evitar algunas consecuencias que vamos a comentar al tratar
los ejemplos negativos escogidos. La condición necesaria para que la
arquitectura sea útil, realice su genuina utilidad, es que tenga conciencia de
su autonomía y no lo contrario. Igual que sucede entre personas: sólo si una
persona es autónoma puede ayudar a otra que no lo sea a causa de la edad (niño
o anciano) o a causa de su específica condición de incapacidad.” (Armesto,
2009, p.88)
En definitiva, Walker sostiene que el
concepto de autonomía es necesario en la disciplina pero que en muchos casos ha
supuesto una serie de malentendidos. Massad sugiere que es mejor evitar su uso
referido a la arquitectura. Antonio Armesto, no sólo piensa que no hay por qué
evitarlo, sino que afirma que es obligatorio “defender y clarificar” su
significado para ser conscientes de su importancia (Armesto, 2009, p.88).
Los diccionarios etimológicos explican
que la palabra autonomía procede del griego αὐτονομία,
formado por los dos
conceptos auto, “uno mismo”, y nomos, “norma” ¿Se puede o no pensar que
la arquitectura tiene sus propias normas? Dejamos al lector la posibilidad de llegar
a sus propias conclusiones. Deberá hacerlo si se propone responder las
inquietudes que formulamos algunos párrafos más arriba.
Si el lector se propone hallar una
respuesta por sí mismo, hará bien en buscar la ayuda y la compañía de otros
pensadores que se hicieron estas preguntas o algunas similares en el pasado.
Está bien dialogar acerca de la arquitectura en sí misma, pero ¿qué es la
arquitectura en sí misma? Albert Camus escribió que las dudas de los creadores
que nos precedieron concernían a su propio talento y que en cambio las dudas de
los creadores de hoy conciernen a la necesidad de su oficio, es decir a la duda
sobre la propia existencia de lo que hacen. El creador de hoy pide perdón antes
que combatir en defensa de lo que constituye la esencia de su oficio. Esto
ocurre porque el creador de hoy desconoce en qué consiste dicha esencia,
sostiene Camus.
La pregunta acerca de la arquitectura en
sí misma y en su relación con el mundo es tan antigua como la propia
arquitectura. Con el ánimo de alimentar intelectualmente el diálogo propuesto
desde el eje académico de la BAQ 2018, invito a la lectura de los siguientes
libros que resumo a continuación: el libro Idea,
contribución a la historia de la teoría del arte (1924) de Erwin Panofsky; el ensayo “Rules, Realism
and History” de Alan Colquhoun; y el Dentro
l’architettura (1991) de Vittorio Gregotti.
1
En Idea,
contribución a la historia de la teoría del arte (1924), Erwin Panofsky
sugiere que durante los periodos de crisis de ideales las personas adoptan dos
posiciones hacia el mundo de la creación artística. El autor las denomina
posición naturalista y posición manierista. La primera, nos dice, es una forma
de negación de la autonomía del arte; la segunda es una forma de
desconocimiento o rechazo de las reglas que tradicionalmente autorizan dicha
autonomía. De acuerdo a Panofsky ambas posiciones, aunque opuestas en
apariencia, son precisamente las manifestaciones simétricas del mismo fenómeno.
Otros autores coinciden con Panofsky en esta observación y afirman, además, que
el debilitamiento de los ideales en las disciplinas artísticas es un hecho periódico
e inevitable; esto último en razón de que al interior de la propia cultura la
crisis pasa inadvertida. Al respecto, el arquitecto e historiador Harry Francis
Mallgrave advierte que por este motivo, cada cierto tiempo, alguien debe
recordarnos la lógica del discurso crítico de la arquitectura con el mundo. Señala,
además, la incapacidad que históricamente ha demostrado la cultura
arquitectónica de escapar a la disyuntiva ocasional que confronta a las
posiciones realistas e idealistas. Para este autor, la lógica del discurso crítico
de la arquitectura que de cuando en cuando debemos recordar, está en saber mantener
lado a lado ambos extremos aparentemente irreconciliables. Así, para Mallgrave,
la arquitectura debe ser enfáticamente realista sin privarse al mismo tiempo
(aunque parezca contradictorio) de su carácter complementario y furiosamente
idealista, como representación artística y simbólica (Frampton, 1999).
2
El dilema entre estas dos posiciones
aparentemente opuestas en la arquitectura es tratado también en un ensayo de
1976, titulado precisamente “Rules, Realism and History” por Alan Colquhoun. El
autor advierte que probablemente se trate del problema más importante en la disciplina
y plantea esta pregunta: ¿debe considerarse a la arquitectura como un sistema
autónomo o más bien como un producto social que se construye únicamente desde
algunas fuerzas externas?
Como los demás autores referidos en este
artículo, Colquhoun considera que la adopción de una posición exclusiva y de
confrontación respecto a la otra, es el resultado de la inexistencia de una
definición clara de los ideales al interior de la disciplina. Para él, la
fuerte corriente que defendía la autonomía de la arquitectura en los primeros
años de la década de 1970 surgió como respuesta a la débil posición teórica que
había dominado la cultura arquitectónica durante los últimos 15 años. Por un
lado, los valores intrínsecos de la arquitectura eran relegados frente a los
argumentos sociales y tecnológicos, y, por otro, brotaba un fervor estético
descontrolado que rechazaba la existencia de cualquier tipo de normas.
Según Colquhoun la razón del predominio
de estas dos posiciones es la poderosa tendencia que orienta a la cultura arquitectónica
hacia el realismo o naturalismo. Desde hace mucho tiempo, dice el autor, la
arquitectura ha enfrentado presiones tecnológicas y sociales de un modo que no
ha ocurrido en las demás artes. Las dramáticas alteraciones en las formas de
ocupación del territorio, las constantes innovaciones en los materiales y
tecnologías, los cambios en la economía y en la movilidad de las personas y
mercancías, entre otros, han alterado drásticamente la concepción de la
infraestructura arquitectónica durante el último siglo. Estos cambios demandaban
una actualización de las reglas internas de la disciplina, pero, según
Colquhoun, ha sido más fácil abolirlas completamente.
Colquhoun concluye alegando que la
dicotomía entre realidad y autonomía disciplinar debe remplazarse por un
concepto menos simplista, el de un proceso dialéctico en el que las normas internas
del idealismo disciplinar se actualizan frente a las fuerzas externas de la
realidad para alcanzar una nueva síntesis parcial. El antiguo realismo que
desprecia los valores de la disciplina debe dar paso a un nuevo realismo que
reconozca las estructuras estéticas existentes tanto como a los fenómenos de la
realidad que afectarán y alterarán permanentemente dichas estructuras.
3
Con el ánimo de advertir el aparecimiento
de un nuevo momento de extravío lógico del discurso crítico de la arquitectura
con el mundo, el arquitecto italiano Vittorio Gregotti publicó, en 1991, un
libro titulado Dentro l’architettura.
Greggoti escribe que para él es imposible considerar la arquitectura únicamente
como representación de la realidad o, al contrario, como una mera escritura
descentrada respecto a ésta. Afirma que su posición consiste en resistir a la
tentación de hacerse expulsar o de autoexcluirse de nuestro universo de
competencias específicas, un oficio “tradicionalmente llamado a dar forma
dotada de sentido al conjunto de las técnicas de transformación del mundo físico”
(Gregotti, 1993, p. 9).
Desde una posición de defensa de la
posibilidad de dar continuidad al movimiento moderno en la arquitectura,
Gregotti sostiene que dicho movimiento fue y debe ser un proyecto crítico y no
orgánico en relación con la sociedad. El arquitecto italiano denuncia que, al
no existir una tensión crítica entre el oficio y la sociedad, la cultura
arquitectónica se está volviendo, y a pasos agigantados, demasiado práctica y
servil. Sin un grado de resistencia desde el interior de la disciplina el
proyecto permanece fatalmente prisionero de la competencia del mercado y de las
modas, obligado a “esa originalidad provisional que el mercado exige” (Gregotti, 1993, p. 21). En un libro
reciente, I racconti del progetto
(2018), Gregotti afirma que en un edificio como el «Cleveland Clinic Lou Ruvo
Center for Brain Health» de Frank Gehry, se esconde la confesión de un
arquitecto que acepta el colapso definitivo de una práctica artística milenaria,
o la sumisa y extrema adhesión del arquitecto a la condición del presente.
Aunque el autor no lo mencione, la primera corresponde a una actitud manierista
y la segunda a una posición naturalista. Así de cerca están la una de la otra.
Al igual que Panofsky y Colquhoun,
también Gregotti piensa que la total ausencia de condiciones desde el interior de
la disciplina (la ausencia de un ideal y de unas reglas derivadas de aquel
ideal) constituye la base para el surgimiento de las posiciones manierista y
naturalista a partir de la crisis de la modernidad. La primera aproximación,
oportunista o cínica, es, según el arquitecto italiano, una posición de rasgos
caricaturescos pronta a convertirse en una burda “decoración de la sociedad del
espectáculo” (Gregotti, 1993, p. 46):
recargamiento, exageración, adopción de pesados disfraces, acentuación de
caracteres y otros procedimientos caricaturescos que se aplican a la propia
tradición moderna así como a otras tradiciones, con total desconocimiento del
sentido y del origen de las mismas. La segunda aproximación, que surge en
respuesta a la “caricatura manierista”, sin ser una alternativa válida, es la búsqueda
de un fundamento del quehacer arquitectónico en el retorno a las condiciones
empíricas; una “ilusión deductiva de quien piensa que el proyecto pueda surgir directamente
de la mera lectura, por profunda que sea, de las condiciones y del contexto
considerado” (Gregotti, 1993, p. 36). El resultado
de este nuevo naturalismo es la aceptación de una posición de servicio y de
dependencia a las opiniones de la masa. Su expresión palpable en la producción
arquitectónica es, según Gregotti, la precariedad neurótica, la mediocridad y
el pluralismo vulgar convertidos en ideologías (Gregotti, 1993, pp. 28-44).
Al faltar la fe en la propia
arquitectura, la práctica se reduce al mismo tiempo a convertirse en una
decoración evasiva o en un instrumento acrítico de las ideologías de turno.
Finalmente, arguye Gregotti que, ante la cultura de evasión de una
clase-mayoría dominante y que no tiene un auténtico interés por la
arquitectura, la reconstitución debe hallarse en una “minoría de la disciplina
paciente”:
“Se
trataría de una minoría paciente, capaz de pensar la duración sin presunciones
y el monumento sin monumentalismo; una minoría capaz de un profundo respeto por
el oficio y por las técnicas sin la ideología del mandil de cuero del artesano
y sin la ingenua fe en los poderes resolutorios de la sociedad tecnológica
hipermoderna; una minoría capaz del placer de la invención libre en cuanto
solución necesaria de un problema y no como una frivolidad. Una minoría cuyos
actos respeten la economía de los medios expresivos, la simplicidad conquistada
precisamente a través de la complejidad de lo real sin esquematizarla, una
minoría capaz de la construcción continua de una distancia crítica de lo real,
y ante todo precisamente de aquel contexto del que se habla de modo
excesivamente justificativo; una minoría capaz de reconstruir una diversidad
propia, necesaria para la búsqueda de claridad, pero sin el orgullo de las
seguridades momentáneas que de ella se derivan, una minoría que se proponga
estar siempre fuera de moda y fuera de la imagen, una minoría capaz de
restituir materialidad al acaecer de las cosas” (Gregotti, 1993, pp. 48 - 49).
En el marco de las ideas propuestas por
los autores mencionados, las opiniones de Panofsky, Colquhoun y Gregotti coinciden
con las de Antonio Armesto y Enrique Walker. De acuerdo a estos autores la
arquitectura sí es autónoma y es importante reconocerlo. Los cinco, sin
embargo, afirman que sostener que sea autónoma no es lo mismo que decir que sea
independiente de la realidad. Al contrario, todos ellos insisten que la
arquitectura, desde su autonomía, no puede ni debe desentenderse de la
realidad.
Frente a las preguntas, ¿posee la
arquitectura sus propias reglas?, y, de ser así ¿cuáles son estos principios y
estas reglas?, los autores de los textos mencionados, coinciden en señalar que
esas reglas son de carácter estético. Con esta idea quiero cerrar este artículo
porque sé que abre la puerta a un nuevo apartado de preguntas que probablemente
se podrían tratar en una siguiente edición de la Bienal de Arquitectura de
Quito:
¿Es la arquitectura un arte? ¿Qué hay de
la belleza en la arquitectura? ¿Prevalecen ciertas normas estéticas inevitables
en la disciplina, pero, por una suerte de pudor ideológico, nos negamos a admitirlas
y buscarlas abiertamente?
Bibliografía
Armesto
Aira, A. (2009). Arquitectura contra natura. Apuntes sobre la autonomía de la
arquitectura con respecto a la vida, el sitio y la técnica. En B. Colomina, A.
Jaque, J. Arnau, & A. Armesto, Foro crítica: arquitectura y naturaleza
(pp. 79-119). Alicante: Colegio Territorial de Arquitectos de Alicante.
Colquhoun,
A. (1981). Essays in Architectural Criticism. Chicago y Nueva York: The
Institute for Architecture and Urban Studies and The Massachusetts Institute
of Technology.
Frampton,
K. (1999). Estudios sobre cultura tectónica. Madrid: Ediciones Akal, S.
A.
Gregotti,
V. (1993). Al interior de la arquitectura. Barcelona: Edicions 62.
Panofsky,
E. (1998). Idea, contribución a la historia de la teoría del arte.
Madrid: Ediciones Cátedra, S. A.
Entrevistas a
Enrique Walker y Freddy Massad durante su participación en la BAQ 2018