lunes, 19 de junio de 2017

LA ESCENA DEL MUSEO EN FERRIS BUELLER’S DAY OFF

Ferris Bueller’s Day Off (1986), del director estadounidense John Hughes, es una gran película porque es divertida y tiene un ritmo agradable que se desplaza con ingenio entre monólogos íntimos y escenas de tensión y de acción. Sin embargo, lo que verdaderamente la encumbra en la categoría de obra de arte es la maravillosa "escena del museo" filmada al interior del Art Institute de Chicago.


Ferris es el personaje que todo adolescente, de cualquier época, sueña ser. Es un chico popular, amado, respaldado y admirado por casi toda la comunidad (aunque envidiado por unos pocos también). Es carismático, atractivo, valiente y encantador. Pero, al mismo tiempo, aparenta ser un tipo sencillo y desinteresado. Prefiere pasar el día tirado al borde de la piscina, conducir el Ferrari del padre de su mejor amigo (Cameron), ir de excursión al centro de Chicago (paseo que incluye su participación protagónica en un multitudinario desfile frente al Federal Center de Mies van der Rohe) y hacer reir a la guapa Sloane; en lugar de ir a la aburrida escuela secundaria, al trabajo, o a donde sea que se supone que debe ir un ser humano funcional. Todos preferiríamos hacerlo, pero él lo hace como un verdadero maestro. Su consigna lennoneana es: "La vida pasa demasiado de prisa. Si no te detienes de vez en cuando a mirar a tu alrededor, te la puedes perder".

Todo adolescente quería ser Ferris Bueller en 1986.


Por ello resulta tan significativa la escena al interior del Art Institute —por el contraste— porque, en medio de esta comedia de adolescentes, hallándonos desprevenidos y sumidos en aquella divertida trama, el director nos conduce, totalmente desarmados, a experimentar lo sublime. Cuando escuchamos los primeros acordes de la canción Please, please, please, let me get what I want, de The Smiths, nos atravieza el escalofrío que golpea a quien presiente que algo grande está por ocurrir. Los organos sensoriales del espíritu se alertan e intentan construir una imágen inteligible desde las tinieblas de la mundanidad. A los pocos segundos llena la pantalla el Nighthawks de Hopper con toda su claroscura melancolía. Los tres clientes sentados en la barra del diner podrían ser Sloane, Ferris y Cameron, después de algunos años. Nos invade un sentimiento de soledad, como ocurre cada vez que vemos una escena de Hopper, porque ingresamos en el espacio silencioso de nuestro espíritu que recuerda que ha sido exiliado de la comunión de los espíritus. A continuación aparecen dos Kandinskys, frutos del pintor que escribió Sobre lo espiritual en el arte. Parece que avanzamos por buen camino. Está aconteciendo, nos elevamos. Al fin estamos listos para recibir a Picasso y Giacometti, y aún un poco más de Picasso. El baño de Mary Cassatt -la escena delicada de una madre que lava los pies de su pequeña hija- irrumpe con su sensualidad y simbolismo el ascenso hacia lo abstracto. Seguidamente admiramos un Gauguin junto a un Modigliani. "¿Cómo fue que falleció la bellísima Jeanne Hébuterne?", pregunta una voz fatal desde las sombras angustiadas de la memoria. Un Pollock refuerza el lado violento y muchas veces trágico del mundo del arte ¿Qué llevó a tantos artistas a dejar su vida en los lienzos y a consumirse ellos mismos en la búsqueda de materializar con su sacrificio lo que le falta a este mundo imperfecto?

Las bañistas de Matisse, los tres cuadros de Picasso detrás del estudio para la Figura reclinada de Moore y, por último, el Balzac de Rodin, preparan la reaparición de nuestros tres personajes: Ferris, Sloane y Cameron, que ahora imitan la pose del autor de La comedia humana.



Entonces se manifiesta en la pantalla el gran Un dimanche après-midi à l'Ile de la Grande Jatte de Georges Seurat; y, parado frente al cuadro, contemplándolo: Cameron.

Ferris y Sloane se han apartado a la intimidad azul de la habitación del America Windows de Marc Chagall, donde se besan.

La película ha cambiado de tono, en poco más de un minuto, desde que los personajes ingresan al museo. Nosotros hemos cambiado para siempre. Nos hundimos en la butaca del cine y comenzamos a aceptar que casi nunca somos Ferris Bueller. Son contadas las ocasiones en que conseguimos lo que auténticamente queremos o necesitamos ¿Sabemos siquiera lo que queremos o necesitamos? La mayor parte del tiempo somos Cameron reflejándose en la niña del cuadro de Seurat: una figura desenfocada, vacía, incoherente a medida que miramos de cerca. Seres turbados y solitarios, constituidos de fragmentos que, si miramos con atención, no tienen ningún sentido ¿Seremos al menos un grito quizás?

La canción de The Smiths insiste, secretamente (porque en la película emplearon una versión instrumental), con el eco de su incisiva letra:

Good times for a change
see, the luck I've had
can make a good man
turn bad

So please please please
let me, let me, let me
let me get what I want
this time

Haven't had a dream in a long time
see, the life I've had
can make a good man bad

So for once in my life
let me get what I want
Lord knows it would be the first time
Lord knows it would be the first time


Homenaje y coincidencia significativa: Seurat exhibió por primera vez el cuadro Un dimanche après-midi à l'Ile de la Grande Jatte en junio de 1886, exactamente cien años antes del estreno de la película Ferris Bueller’s Day Off, hecho que aconteció en junio de 1986.

2 comentarios:

  1. jose mantilla, que buen articulo le felicito de verdad, lo bien que describes las escena de la pelicula, y sobre todo la reflexion que tienes, vi esta pelicula ayer, y quise buscar informacion de la pelicula y me salio este gran articulo, la manera con la que describes la escena del museo y que gran reflexion. un 10

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    1. Me alegra mucho que te haya gustado el artículo. Tenía esa escena memorable (de amor, amistad, inocencia y belleza) grabada en el corazón desde la primera vez que la ví, cuando era adolescente. Muchas gracias por tu amable comentario.

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