viernes, 10 de enero de 2020

ARQUITECTURA, AUTONOMÍA Y REALIDAD

Ilustración: Juego de Paneles XVIIII, JMM, 2020

Por José Miguel Mantilla Salgado, PhD (c)

El eje académico de la BAQ 2018 se planteó como un espacio para dialogar sobre la arquitectura en sí misma. Con este objetivo se invitó a las escuelas y facultades de arquitectura a nivel internacional y al público en general, a analizar y discutir una muestra de obras de arquitectura que, hipotéticamente, fuesen ejemplares en su respuesta a las demandas más urgentes de la realidad actual sin por ello abandonar los ideales intrínsecos de la disciplina.

El enfoque temático así propuesto condujo al planteamiento de varias preguntas respecto a la relación de la arquitectura con el mundo. Parece haber un acuerdo, aunque esto no siempre se vea reflejado en la práctica, en cuanto a que las acciones de los arquitectos —como las de cualquier otra persona— deben necesariamente ser responsables con la realidad; llámese ésta realidad social, medioambiental, cultural, incluso realidad tecnológica, constructiva y material. Donde el asunto no aparenta ser tan claro es en el ámbito de la disciplina y de su relación con las realidades mencionadas y con otras no menos importantes. En este sentido, desde el eje académico de la BAQ, surgieron las siguientes interrogantes:

¿Puede la arquitectura ser consecuente con la realidad sin dejar de ser coherente consigo misma? ¿Posee la arquitectura una autonomía afirmada en el conocimiento de algunos principios generales transmisibles y que le sean propios? ¿Posee la arquitectura sus propias reglas? De ser así ¿cuáles son estos principios y reglas?

La segunda pregunta planteada menciona la palabra autonomía. Al menos dos de los críticos invitados a la BAQ 2018 mostraron actitudes comparables, si bien con distintos matices, frente a este concepto referido a la arquitectura.

Enrique Walker manifestó en la entrevista,

“Diría que la arquitectura se redefine continuamente, como toda disciplina, a medida que cambia su mundo. Es decir, ciertas condiciones emergentes, ya sea de tipo cultural, social, o técnica, detonan preguntas que desplazan sus límites respecto a disciplinas adyacentes y, en consecuencia, su centro. Algunos arquitectos han convertido estas condiciones en oportunidades para reformular y expandir la arquitectura. Uno podría referirse a este proceso como una búsqueda de autonomía. Se trata, en definitiva, de entender la naturaleza de la propia disciplina: lo que le es propio, incluso único, lo que forma parte de su ámbito, lo que puede y no puede hacer. Sin embargo, el término autonomía ha supuesto una serie de malentendidos, en particular en el contexto neoyorquino, donde enseño. Por ejemplo, se suele confundir la operación de definir límites respecto a otras disciplinas con la operación de aislarse como disciplina. O la autonomía de la arquitectura como disciplina con la autonomía de la arquitectura como objeto. En mi opinión, la operación de autonomía de una disciplina (es decir, el proceso de delinear sus límites y posicionar su centro) supone, por sobre todo, reiterar que ésta sigue siendo necesaria. Es decir, cuando una disciplina se redefine, en virtud de preguntas detonadas por ciertas condiciones emergentes, lo que hace es renovar su rol en el mundo, su contrato con la sociedad.” (Walker, 2018)

Otro crítico invitado a la BAQ2018, Freddy Massad, no da muestras de estar enteramente a favor del concepto de autonomía referido al campo de la arquitectura,

“No estoy tan seguro de la autonomía en la arquitectura, creo que si tiene, pero también son principios que pueden discutirse. Estamos en un tiempo bisagra, estamos en un momento donde la sociedad está cambiando para transformarse en otra cosa. Estamos ante el fin de una época, la tecnología está provocando ese cambio y la velocidad de los cambios son tan tremendos que no llegamos a entender la época en la que estamos viviendo” (Massad, 2018)

Antonio Armesto, otro de los invitados, tiene una apreciación similar a la de Enrique Walker. Lamentablemente no fue entrevistado sobre este tema. Sin embargo, en un escrito de su autoría publicado hace algún tiempo, sostiene lo siguiente,

“Decir que algo posee autonomía no es lo mismo que decir que es independiente, que puede separarse de todo lo demás y situarse en un mundo aparte, autárquico. La idea de autonomía la tenemos todos, pero no todos somos completamente conscientes de sus implicaciones. Autonomía quiere decir sencillamente, que algo «se arregla», es decir, que algo posee elementos y reglas que le son propios y se rigen por ellos. Defiendo, por lo tanto, que la arquitectura posee autonomía: se arregla, tiene reglas y elementos que le son propios y que forman parte de su ethos, de su modo de ser útil. Y defiendo que el arquitecto debe tener conciencia de la autonomía de la arquitectura para evitar algunas consecuencias que vamos a comentar al tratar los ejemplos negativos escogidos. La condición necesaria para que la arquitectura sea útil, realice su genuina utilidad, es que tenga conciencia de su autonomía y no lo contrario. Igual que sucede entre personas: sólo si una persona es autónoma puede ayudar a otra que no lo sea a causa de la edad (niño o anciano) o a causa de su específica condición de incapacidad.” (Armesto, 2009, p.88)

En definitiva, Walker sostiene que el concepto de autonomía es necesario en la disciplina pero que en muchos casos ha supuesto una serie de malentendidos. Massad sugiere que es mejor evitar su uso referido a la arquitectura. Antonio Armesto, no sólo piensa que no hay por qué evitarlo, sino que afirma que es obligatorio “defender y clarificar” su significado para ser conscientes de su importancia (Armesto, 2009, p.88).

Los diccionarios etimológicos explican que la palabra autonomía procede del griego αὐτονομία, formado por los dos conceptos auto, “uno mismo”, y nomos, “norma” ¿Se puede o no pensar que la arquitectura tiene sus propias normas? Dejamos al lector la posibilidad de llegar a sus propias conclusiones. Deberá hacerlo si se propone responder las inquietudes que formulamos algunos párrafos más arriba.

Si el lector se propone hallar una respuesta por sí mismo, hará bien en buscar la ayuda y la compañía de otros pensadores que se hicieron estas preguntas o algunas similares en el pasado. Está bien dialogar acerca de la arquitectura en sí misma, pero ¿qué es la arquitectura en sí misma? Albert Camus escribió que las dudas de los creadores que nos precedieron concernían a su propio talento y que en cambio las dudas de los creadores de hoy conciernen a la necesidad de su oficio, es decir a la duda sobre la propia existencia de lo que hacen. El creador de hoy pide perdón antes que combatir en defensa de lo que constituye la esencia de su oficio. Esto ocurre porque el creador de hoy desconoce en qué consiste dicha esencia, sostiene Camus.

La pregunta acerca de la arquitectura en sí misma y en su relación con el mundo es tan antigua como la propia arquitectura. Con el ánimo de alimentar intelectualmente el diálogo propuesto desde el eje académico de la BAQ 2018, invito a la lectura de los siguientes libros que resumo a continuación: el libro Idea, contribución a la historia de la teoría del arte (1924)  de Erwin Panofsky; el ensayo “Rules, Realism and History” de Alan Colquhoun; y el Dentro l’architettura (1991) de Vittorio Gregotti.

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En Idea, contribución a la historia de la teoría del arte (1924), Erwin Panofsky sugiere que durante los periodos de crisis de ideales las personas adoptan dos posiciones hacia el mundo de la creación artística. El autor las denomina posición naturalista y posición manierista. La primera, nos dice, es una forma de negación de la autonomía del arte; la segunda es una forma de desconocimiento o rechazo de las reglas que tradicionalmente autorizan dicha autonomía. De acuerdo a Panofsky ambas posiciones, aunque opuestas en apariencia, son precisamente las manifestaciones simétricas del mismo fenómeno. Otros autores coinciden con Panofsky en esta observación y afirman, además, que el debilitamiento de los ideales en las disciplinas artísticas es un hecho periódico e inevitable; esto último en razón de que al interior de la propia cultura la crisis pasa inadvertida. Al respecto, el arquitecto e historiador Harry Francis Mallgrave advierte que por este motivo, cada cierto tiempo, alguien debe recordarnos la lógica del discurso crítico de la arquitectura con el mundo. Señala, además, la incapacidad que históricamente ha demostrado la cultura arquitectónica de escapar a la disyuntiva ocasional que confronta a las posiciones realistas e idealistas. Para este autor, la lógica del discurso crítico de la arquitectura que de cuando en cuando debemos recordar, está en saber mantener lado a lado ambos extremos aparentemente irreconciliables. Así, para Mallgrave, la arquitectura debe ser enfáticamente realista sin privarse al mismo tiempo (aunque parezca contradictorio) de su carácter complementario y furiosamente idealista, como representación artística y simbólica (Frampton, 1999).

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El dilema entre estas dos posiciones aparentemente opuestas en la arquitectura es tratado también en un ensayo de 1976, titulado precisamente “Rules, Realism and History” por Alan Colquhoun. El autor advierte que probablemente se trate del problema más importante en la disciplina y plantea esta pregunta: ¿debe considerarse a la arquitectura como un sistema autónomo o más bien como un producto social que se construye únicamente desde algunas fuerzas externas?

Como los demás autores referidos en este artículo, Colquhoun considera que la adopción de una posición exclusiva y de confrontación respecto a la otra, es el resultado de la inexistencia de una definición clara de los ideales al interior de la disciplina. Para él, la fuerte corriente que defendía la autonomía de la arquitectura en los primeros años de la década de 1970 surgió como respuesta a la débil posición teórica que había dominado la cultura arquitectónica durante los últimos 15 años. Por un lado, los valores intrínsecos de la arquitectura eran relegados frente a los argumentos sociales y tecnológicos, y, por otro, brotaba un fervor estético descontrolado que rechazaba la existencia de cualquier tipo de normas.

Según Colquhoun la razón del predominio de estas dos posiciones es la poderosa tendencia que orienta a la cultura arquitectónica hacia el realismo o naturalismo. Desde hace mucho tiempo, dice el autor, la arquitectura ha enfrentado presiones tecnológicas y sociales de un modo que no ha ocurrido en las demás artes. Las dramáticas alteraciones en las formas de ocupación del territorio, las constantes innovaciones en los materiales y tecnologías, los cambios en la economía y en la movilidad de las personas y mercancías, entre otros, han alterado drásticamente la concepción de la infraestructura arquitectónica durante el último siglo. Estos cambios demandaban una actualización de las reglas internas de la disciplina, pero, según Colquhoun, ha sido más fácil abolirlas completamente.

Colquhoun concluye alegando que la dicotomía entre realidad y autonomía disciplinar debe remplazarse por un concepto menos simplista, el de un proceso dialéctico en el que las normas internas del idealismo disciplinar se actualizan frente a las fuerzas externas de la realidad para alcanzar una nueva síntesis parcial. El antiguo realismo que desprecia los valores de la disciplina debe dar paso a un nuevo realismo que reconozca las estructuras estéticas existentes tanto como a los fenómenos de la realidad que afectarán y alterarán permanentemente dichas estructuras.

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Con el ánimo de advertir el aparecimiento de un nuevo momento de extravío lógico del discurso crítico de la arquitectura con el mundo, el arquitecto italiano Vittorio Gregotti publicó, en 1991, un libro titulado Dentro l’architettura. Greggoti escribe que para él es imposible considerar la arquitectura únicamente como representación de la realidad o, al contrario, como una mera escritura descentrada respecto a ésta. Afirma que su posición consiste en resistir a la tentación de hacerse expulsar o de autoexcluirse de nuestro universo de competencias específicas, un oficio “tradicionalmente llamado a dar forma dotada de sentido al conjunto de las técnicas de transformación del mundo físico”  (Gregotti, 1993, p. 9).

Desde una posición de defensa de la posibilidad de dar continuidad al movimiento moderno en la arquitectura, Gregotti sostiene que dicho movimiento fue y debe ser un proyecto crítico y no orgánico en relación con la sociedad. El arquitecto italiano denuncia que, al no existir una tensión crítica entre el oficio y la sociedad, la cultura arquitectónica se está volviendo, y a pasos agigantados, demasiado práctica y servil. Sin un grado de resistencia desde el interior de la disciplina el proyecto permanece fatalmente prisionero de la competencia del mercado y de las modas, obligado a “esa originalidad provisional que el mercado exige” (Gregotti, 1993, p. 21). En un libro reciente, I racconti del progetto (2018), Gregotti afirma que en un edificio como el «Cleveland Clinic Lou Ruvo Center for Brain Health» de Frank Gehry, se esconde la confesión de un arquitecto que acepta el colapso definitivo de una práctica artística milenaria, o la sumisa y extrema adhesión del arquitecto a la condición del presente. Aunque el autor no lo mencione, la primera corresponde a una actitud manierista y la segunda a una posición naturalista. Así de cerca están la una de la otra.

Al igual que Panofsky y Colquhoun, también Gregotti piensa que la total ausencia de condiciones desde el interior de la disciplina (la ausencia de un ideal y de unas reglas derivadas de aquel ideal) constituye la base para el surgimiento de las posiciones manierista y naturalista a partir de la crisis de la modernidad. La primera aproximación, oportunista o cínica, es, según el arquitecto italiano, una posición de rasgos caricaturescos pronta a convertirse en una burda “decoración de la sociedad del espectáculo” (Gregotti, 1993, p. 46): recargamiento, exageración, adopción de pesados disfraces, acentuación de caracteres y otros procedimientos caricaturescos que se aplican a la propia tradición moderna así como a otras tradiciones, con total desconocimiento del sentido y del origen de las mismas. La segunda aproximación, que surge en respuesta a la “caricatura manierista”, sin ser una alternativa válida, es la búsqueda de un fundamento del quehacer arquitectónico en el retorno a las condiciones empíricas; una “ilusión deductiva de quien piensa que el proyecto pueda surgir directamente de la mera lectura, por profunda que sea, de las condiciones y del contexto considerado” (Gregotti, 1993, p. 36). El resultado de este nuevo naturalismo es la aceptación de una posición de servicio y de dependencia a las opiniones de la masa. Su expresión palpable en la producción arquitectónica es, según Gregotti, la precariedad neurótica, la mediocridad y el pluralismo vulgar convertidos en ideologías (Gregotti, 1993, pp. 28-44).

Al faltar la fe en la propia arquitectura, la práctica se reduce al mismo tiempo a convertirse en una decoración evasiva o en un instrumento acrítico de las ideologías de turno. Finalmente, arguye Gregotti que, ante la cultura de evasión de una clase-mayoría dominante y que no tiene un auténtico interés por la arquitectura, la reconstitución debe hallarse en una “minoría de la disciplina paciente”:


“Se trataría de una minoría paciente, capaz de pensar la duración sin presunciones y el monumento sin monumentalismo; una minoría capaz de un profundo respeto por el oficio y por las técnicas sin la ideología del mandil de cuero del artesano y sin la ingenua fe en los poderes resolutorios de la sociedad tecnológica hipermoderna; una minoría capaz del placer de la invención libre en cuanto solución necesaria de un problema y no como una frivolidad. Una minoría cuyos actos respeten la economía de los medios expresivos, la simplicidad conquistada precisamente a través de la complejidad de lo real sin esquematizarla, una minoría capaz de la construcción continua de una distancia crítica de lo real, y ante todo precisamente de aquel contexto del que se habla de modo excesivamente justificativo; una minoría capaz de reconstruir una diversidad propia, necesaria para la búsqueda de claridad, pero sin el orgullo de las seguridades momentáneas que de ella se derivan, una minoría que se proponga estar siempre fuera de moda y fuera de la imagen, una minoría capaz de restituir materialidad al acaecer de las cosas” (Gregotti, 1993, pp. 48 - 49).


En el marco de las ideas propuestas por los autores mencionados, las opiniones de Panofsky, Colquhoun y Gregotti coinciden con las de Antonio Armesto y Enrique Walker. De acuerdo a estos autores la arquitectura sí es autónoma y es importante reconocerlo. Los cinco, sin embargo, afirman que sostener que sea autónoma no es lo mismo que decir que sea independiente de la realidad. Al contrario, todos ellos insisten que la arquitectura, desde su autonomía, no puede ni debe desentenderse de la realidad.

Frente a las preguntas, ¿posee la arquitectura sus propias reglas?, y, de ser así ¿cuáles son estos principios y estas reglas?, los autores de los textos mencionados, coinciden en señalar que esas reglas son de carácter estético. Con esta idea quiero cerrar este artículo porque sé que abre la puerta a un nuevo apartado de preguntas que probablemente se podrían tratar en una siguiente edición de la Bienal de Arquitectura de Quito:

¿Es la arquitectura un arte? ¿Qué hay de la belleza en la arquitectura? ¿Prevalecen ciertas normas estéticas inevitables en la disciplina, pero, por una suerte de pudor ideológico, nos negamos a admitirlas y buscarlas abiertamente?




Bibliografía

Armesto Aira, A. (2009). Arquitectura contra natura. Apuntes sobre la autonomía de la arquitectura con respecto a la vida, el sitio y la técnica. En B. Colomina, A. Jaque, J. Arnau, & A. Armesto, Foro crítica: arquitectura y naturaleza (pp. 79-119). Alicante: Colegio Territorial de Arquitectos de Alicante.

Colquhoun, A. (1981). Essays in Architectural Criticism. Chicago y Nueva York: The Institute for Architecture and Urban Studies and The Massachusetts Institute of Technology.

Frampton, K. (1999). Estudios sobre cultura tectónica. Madrid: Ediciones Akal, S. A.

Gregotti, V. (1993). Al interior de la arquitectura. Barcelona: Edicions 62.

Panofsky, E. (1998). Idea, contribución a la historia de la teoría del arte. Madrid: Ediciones Cátedra, S. A.

Entrevistas a Enrique Walker y Freddy Massad durante su participación en la BAQ 2018

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