martes, 28 de marzo de 2017

MANIERISMO Y NATURALISMO. EL ETERNO RENACER DE LA ARQUITECTURA Y SUS PERSISTENTES FORMAS DE DEGENERACIÓN - PRIMERA PARTE (1 DE 4)



Frank Gehry, manierismo posmoderno, clínica de salud mental Lou Ruvo, Las Vegas, 2009

Kunlé Adeyemi, naturalismo posmoderno, Escuela Flotante Makoko trás su colapso, unos meses después de recibir el premio León de Plata de la Bienal de Venecia en 2014
Todo lo que tengo que decir se resume en una sentencia, tanto el manierismo/formalismo como el naturalismo son el resultado de la fastidiosa ociosidad de los hombres: la pereza de conocer y hacer. Lo afirmo así, directo y claro, porque los que más lo necesitan saber son los que, si han hecho el esfuerzo inusual de comenzar esta lectura, difícilmente tendrán el ánimo de leer hasta el tercer párrafo. La falta de voluntad para empeñarse en la larga y difícil búsqueda de la verdad por sí mismos (que no quiere decir lo mismo que "crear su propia verdad”), la ineptitud e ignorancia de los que encuentran una formula fácil o un modelo a quien copiar (algún concepto más o menos trillado o alguna moda), la desagradable apatía de las muchedumbres, pero también la displicente vanidad, concluyen en alguna suerte de adulteración manierista de aquello que, en su origen, estuvo colmado de sentido.



Andrea Palladio, Villa Chiericati-Rigo (1550); Le Corbusier, Villa Hutheesing-Shodhan (1950)

“El oficio del arquitecto, como el oficio de vivir, no son más que un eterno, un inexorable recomenzar: un oficio imposible.
Existe un proceso histórico de las ideas equiparable al valor de las personalidades que lo representan: están los Maestros, quienes aún en el flujo de una trayectoria dialéctica representan hitos a partir de los cuales todo recomienza; viene luego un ejército de arquitectos de valor y condiciones culturales diferentes que establecen la conexión con los Maestros, mediante un vigoroso acto de interpretación, revisión y renovación; están los manieristas, que difunden las ideas y las transforman en costumbre; y por último los formalistas, quienes, incapaces de sentir las esencias, las vacían de sus contenidos y precipitan su decadencia.” 

Ernesto Nathan Rogers, El oficio del arquitecto, 1958.

La desidia a conducir los pensamientos más allá de lo inmediato, la pereza de abrir un libro, el repudio a la búsqueda de verdades universales, la disposición para apreciar únicamente las experiencias empíricas, el rechazo a cualquier regla, el aprecio por la arbitrariedad o por el pensamiento conceptual como expresión de la fantasía individual del "artista"; resultan en el naturalismo. Irónicamente, como dice la expresión, los extremos se juntan, porque, en su rechazo a las propiedades del otro -en la práctica- manierismo y naturalismo resultan tener muchas cosas en común.

Pregunto a un auditorio lleno, con la presencia de más de 250 arquitectos y estudiantes de arquitectura, de aquellos que tienen un verdadero interés por el oficio y, por su propia voluntad, pagan para asistir a un ciclo de conferencias, una lluviosa y fría noche entre semana: ¿cuántos de ustedes han leído el libro Hacia una arquitectura de Le Corbusier, uno de los libros de arquitectura más importantes -si no el más importante- del siglo XX? Apenas cuatro personas, entre las más de 250, levantan tímidamente la mano, tan tímidamente que sospecho que mienten. Sin embargo, si se pregunta su opinión a cualquier persona que alguna vez escuchó mencionar algo sobre Le Corbusier, está comprobado que todos tienen muchas cosas, buenas y malas (pero siempre mal informadas) que decir. Una opinión vacía de contenidos, aquello es el sostén del manierismo/formalismo.

Esta clara diferencia entre la irresponsabilidad de una opinión, generalmente bastante ignorante, y un verdadero juicio basado en el conocimiento cierto de las cosas, es el evidente síntoma de la desidia, la pereza y la vanidad que caracterizan, tanto al arquitecto en formación, aquel que desde el segundo año de carrera se siente muy seguro de poseer su propia verdad pero tiene pereza de estudiar y se escurre al fondo de la clase, como entre nervioso y arrogante, a la espera de que el profesor no le haga ninguna pregunta sobre la lectura de ese día; como al famosillo “joven emergente” que niega la necesidad de leer porque según él las cosas se aprenden “haciendo, y ya” y, por supuesto, también a los que son mayoría, y los hay de todas las edades: aquellos que sólo les interesa “hacer negocios” y “triunfar”, pero, de paso dicen estar haciendo - ¡además! - arquitectura.

Decía Ernesto Nathan Rogers que, en una ocasión, mientras viajaba con Le Corbusier, comentaban las obras de algunos de sus imitadores: Le Corbusier parecía complacerse con ellas y Rogers las denigraba. Entonces Rogers le manifestó: “sus discípulos verdaderos están entre aquellos que usted no puede individualizar en seguida al considerar las formas de la arquitectura que hacen: están entre los otros, entre aquellos que asimilaron su mensaje”. Le Corbusier guardó silencio por un momento; luego, con el tono de quien verdaderamente ha sido tomado de sorpresa, le respondió así: “Tiene razón; nadie me lo había dicho antes”, a lo que Rogers contestó: “Nadie se lo había dicho porque suponía que debía saberlo”. El valor de esta anécdota, anota Rogers, reside en que la importancia de un mensaje está en el uso que hace de él quién lo recibe y no en la intención del que lo emite. Hasta el más bello y claro mensaje se ahoga en los dominios de Hades cuando el receptor es un incompetente.

Más adelante Rogers continúa diciendo, en aquel escrito de 1956, que “entre los arquitectos se suscitaron tantos malentendidos como entre los críticos, gracias a la interpretación equívoca del efecto de un mensaje en el desarrollo histórico; muchos confundieron el verbo con la palabra y a ambos con la realidad de los hechos: de esta manera, el curso de la historia se fosilizó en prejuicios.”

En este eterno e inexorable recomenzar hubo varios maestros que, mediante grandes esfuerzos, supieron reencontrar la Arquitectura y dejaron, no sólo una obra construida admirable sino también varios escritos fundamentales. Pese a todo, en cada época, sus sucesores prefirieron hacerlo “a la manera de”, copiaron y continúan copiando o rechazando las formas exteriores de la obra de estos maestros, sin una auténtica asimilación de su mensaje.

¿Y tú ya leíste y comprendiste “Hacia una arquitectura”?

Este ensayo continúará, muy pronto, con las siguientes entregas:
PALLADIO. EL RENACIMIENTO Y LA DEGENERACIÓN DEL POSTPALLADIANISMO - (2/4)
BLONDEL. LA SUPERACIÓN DEL ROCOCÓ Y LA DEGENERACIÓN DE LA ARQUITECTURA POSTREVOLUCIONARIA DEL SIGLO XVIII – (3/4)
LE CORBUSIER. LA SUPERACIÓN DEL DESGASTADO NEOCLASICISMO Y LA DEGENERACIÓN DE LA ARQUITECTURA POSTMODERNA – (4/4)



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