viernes, 28 de julio de 2023

REMINISCENCIAS DEL ANTIGUO SCAMILLI

Los arquitectos de la antigüedad estudiaban detalladamente las uniones entre las diferentes partes de los edificios. Gracias a Vitruvio conocemos que el término scamilli indicaba el arte de formar las molduras en las zonas próximas a las juntas entre elementos compositivos. También gracias a él tenemos una idea tan poco clara de los scamilli. Sin embargo podemos estar seguros de que este recurso buscaba hacer que las uniones fueran agradables a la vista, proporcionando a la materia su expresión ideal.


El recurso estético del scamilli se ha simplificado mucho en la actualidad pero sigue vigente en detalles como la "media caña" -esa estrecha línea de sombra que trazamos intencionalmente entre los elementos de hormigón y las mamposterías o entre los diferentes elementos de hormigón de una estructura. La media caña es la manifestación reveladora de la naturaleza puramente simbólica de la expresión decorativa.

La media caña no es estructuralmente necesaria, ni se justifica en tal sentido. Tampoco es constructiva o materialmente indispensable. 

La media caña es una reminiscencia del scamilli de la tectónica antigua.

lunes, 28 de diciembre de 2020

LA CONQUISTA DEL MONTE EVEREST

Por Leopoldo Ante 

a Tori, Salva y Paz, mis niños conquistadores


Faltaban aún 5 minutos para salir al receso de las 11, pero los niños del “5to A” ya corrían ruidosamente por el patio de la escuela en dirección al Monte Everest. Al interior de nuestra aula, el licenciado Tovar—el inflexible profesor de lenguaje—no terminaba de explicar la tarea. Volteé ligeramente la cabeza hacia Nico. Él también me miraba, y sus grandes ojos negros, brillosos, daban señales de enojo e impaciencia. Un poco más atrás estaban Claudio y Xavier. Claudio señaló el reloj de pared que se hallaba junto a la pizarra e hizo un gesto con los hombros al tiempo que sus labios y sus pobladas cejas parecían preguntar ¿Ya es hora o qué?

 

Al otro lado del aula se sentaban Julio y Marito. También ellos se mostraban ansiosos y buscaban con la mirada alguna explicación entre los rostros igualmente confundidos de los demás niños de la clase. El licenciado Tovar se acercó a la ventana y echó un vistazo afuera. Dio unos pasos, miró el reloj de pared que se hallaba junto a la pizarra y se preguntó a sí mismo en voz baja: ¿Cómo es posible que cada vez los niños del “5to A” salgan al patio antes de la hora del receso? Qué falta de disciplina. Cerró el libro que tenía entre las manos, recogió sus papeles y se sentó en silencio. Esperó hasta que el reloj de pared que estaba junto a la pizarra marcara las 11 en punto, y entonces dijo con enfado, casi gritando: Vamos, ordenen sus cosas y salgan al recreo, ¡vayan!

 

Nico, Andrés y Julio fueron los primeros en llegar a la puerta. Eran los más pequeños y ágiles. Los seguimos Marito, Claudio y yo. Atrás nuestro llegaron Xavier, Mateo y el Santi que eran los más altos y corpulentos.

 

Atravesamos estrepitosamente la escuela. En pocos segundos llegamos a la base del Monte Everest. Como en todos los recreos los niños del “5to A” ya habían conquistado la cumbre y colocado en lo alto su bandera negra con rojo. Nos correspondía la parte más difícil, sacarlos de allí a la fuerza, trepando por el costado, resistiendo sus golpes y halándolos o empujándolos fuera.

 

A pocos metros de distancia, las niñas comenzaron el ritual del juego de saltar el elástico. Sus saltos, giros y figuras imposibles me causaban admiración. Lo hacían entre dos, con otras dos compañeras sujetando el elástico en la base de las pantorrillas. Una empezaba adentro y la otra era invitada a entrar:

 

«¿Te invito a qué?

A un café

¿A qué hora?

A las tres

Una, dos y tres

Café con leche y leche con café»

 

Volvían a empezar hasta que pasaban todas, incluidas las del otro paralelo. La niña que había entrado primero debía salir al acabar la canción. Todo esto sin detener la comba. El licenciado Tovar y el profesor del grado rival se situaron a la sombra de un árbol, en medio de nosotros y el grupo de las niñas. Desde allí nos miraban, fumaban y discutían entre sí.

 

El Monte Everest era un alto montículo de tierra proveniente de la excavación para la construcción del nuevo coliseo de la escuela. Permanecía allí pese a que las obras habían terminado hace tiempo. Tenía la forma perfecta para invitar, en cada recreo de aquel año, al enfrentamiento violento entre nosotros y los niños del “5to A”. Julio se adelantó y comenzó a forcejear contra el Villalba. Marito tropezó en la ladera y su cara golpeó de lleno en el lodo causando la burla de nuestros rivales y aumentando en nosotros la ira. Desde lo alto, el mono Gutiérrez ondeaba su bandera para hacer aún más detestable y humillante nuestra posición.

 

Las niñas inventaban nuevos pasos y subían la altura del elástico, hasta las rodillas, hasta la cintura, hasta el pecho, aumentando la dificultad del juego:

 

«Una dola,
Tela catola,
Quila, quilete,
Estaba la reina
En su gabinete
Vino Gil, apagó el candil
Candil candilón
Cuéntalas bien
Que las veinte son,
Policía y ladrón»

 

El Troya, uno de los niños más fuertes del “5to A”, lanzó una patada que impactó en la cabeza de Nico. Su pequeño cuerpo salió disparado, de espaldas, cuesta abajo. El Sevilla con un pesado palo que hacia girar sobre la cabeza se encargó de liquidar a Andrés a Julio y, con un poco más de dificultad, a Xavier. Claudio equilibró en algo la balanza a favor nuestro sujetando el cuello de Mosquera quien luchaba por liberarse con la cara enrojecida y la frente marcada de venas hinchadas de encono y dolor. Nico, con la nariz ensangrentada, acudió a cobrar venganza. Yo sujeté el brazo de Molina intentando derribarlo. Recibí algunas patadas pero no lo solté y, cuando finalmente perdió el equilibrio, rodamos juntos hasta el pie de la colina y al lodo. La batalla duró todo el recreo, como una coreografía atroz.

 

«Patiné, patiné, patinaba una niña en París

Resbaló, resbaló y a la acera de enfrente cayó

Y de pre, y de pre y de premio le vamos a dar

Un vestí, un vestí, un vestido para patinar»

 

Al finalizar el receso los niños del “5to A” seguían en la cima. Nosotros, en la base, con los cuellos de las camisetas rotos y toda la ropa manchada de lodo, lagrimeábamos de impotencia y dolor. Nos faltaba el aliento para intentar una nueva arremetida ¡Será ma Claudio.﷽ncia y rencora el a base sin aliento para intentar una nueva o A"almente, el escabullidiso ñana desgraciados! gritó Claudio, pero ninguno de nosotros lo secundó. Nos falló el ánimo y la confianza. Escuchamos las risas burlonas provenientes de la cima del Monte Everest.

 

El regreso al aula fue muy triste. Lo recuerdo todavía con la misma sensación de pesar. Nico me mostró entre lágrimas el collar que había arrancado del cuello de Mosquera. Perdimos, pero al menos le quité esto a ese maldito, dijo, con la voz entrecortada por la agitación y el llanto. Camino al baño, a lavarnos, cubrimos nuestros rostros bañados en sudor, lodo y sangre para que las niñas no los vieran.

 

            «Sangre cuajada de primera división

            me voy al cementerio para hacer la digestión

            mi casa es un castillo, mi cama un ataúd

            mi plato favorito son las tripas con pus»

 

Esa noche no pude dormir. Recordaba la escena de la derrota. Visualizaba los rostros manchados de mis amigos, las lágrimas recorriendo sus mejillas, el desprecio de las niñas cuando pasamos junto a ellas.

 

            «Una y diez

            lávate los pies

            no me da la gana

            tenía que ser

            Ale la marrana

            Uno, dos, tres y cuatro

            Se venden cerillas en el estanco

            Y papel para fumar

            Por eso se llama estanco nacional»

 

Por la mañana salí de casa sin desayunar para llegar a la escuela antes que el licenciado Tovar. Ingresé al aula y adelanté el minutero del reloj de pared que colgaba junto a la pizarra. Nadie más lo sabía. No quería involucrar a mis amigos en la infracción.

 

Gracias al reloj adelantado salimos al receso 10 minutos antes de las 11. Julio, Nico, Marito, el Santi, Xavier, Mateo y yo corrimos emocionados en dirección al Monte Everest. Nos detuvimos unos segundos al pasar frente al salón del “5to A” para asegurarnos que los rivales seguían en su interior. Desde la ventana nos burlamos de ellos y corrimos a ganar la cumbre, por primera vez. Marito tuvo el honor de plantar nuestra bandera blanca y verde. La vimos ondear con fuerza, propulsada por vientos de justicia y vindicación.

 

Esperamos emocionados la llegada de nuestros contrincantes. Sin embargo, eso nunca ocurrió. En su lugar arribaron los trabajadores de la construcción del coliseo, seguidos de enormes volquetes y máquinas retro-excavadoras. Venían a llevarse nuestro preciado Monte Everest. Si los niños del “5to A” ya habían sido unos rivales difíciles, los trabajadores de la construcción, con sus monstruosas máquinas, representaban una amenaza superior. Pero la montaña era al fin nuestra y no la íbamos a perder sin resistir. Defenderíamos a muerte la cumbre y la posición de la bandera blanquiverde.

 

Los motores de las poderosas retroexcavadoras hacían temblar la tierra. La vibración se confundía con el titiritar de nuestros cuerpos colmados de asombro, inocente optimismo y dicha.

 

28 de diciembre de 2020

jueves, 10 de diciembre de 2020

VIVIENDA PROPIA EN CONDOMINIO

VIVIENDA PROPIA EN CONDOMINIO

EL FOMENTO A LA PROPIEDAD PRIVADA DE VIVIENDA URBANA

COMO PARTE DE UNA ESTRATEGIA GEOPOLÍTICA,

EN EL CONTEXTO DE LA GUERRA FRÍA

 

Por: José Miguel Mantilla S.

 

Ensayo elaborado para el seminario “Vivienda social en América Latina,

 en el marco de las reflexiones del CINVA”

 Programa de Doctorado en Arte y Arquitectura

Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia

Diciembre 2020

 

 

“¡Nuevo año! Y una oportunidad más de hacerse propietario”

Encabezado de un anuncio publicitario divulgado en el periódico cubano “El País”

antes de la revolución comunista


Asumimos a veces que la vivienda propia urbana es un anhelo legítimo y consustancial a las necesidades básicas del ser humano. Olvidamos que los mecanismos financieros y legales que la hacen posible y, además, accesible a un gran número de habitantes de las ciudades latinoamericanas, no existieron sino hasta la segunda mitad del siglo pasado. Perdemos de vista que el perfeccionamiento de los sistemas financieros de ahorro y crédito para bienes inmuebles, el impulso a la creación de leyes en materia de propiedad horizontal, la formación de gremios profesionales de arquitectos y el establecimiento de normas arquitectónicas para la vivienda en condominio, sucedieron, en América Latina, paralelamente a la introducción de los planes del programa de ayuda económica, política y social de la Alianza Para el Progreso.

 

Que una casa fuera propiedad de sus habitantes no era habitual en las ciudades de América Latina hasta la segunda mitad del siglo pasado. La vivienda propia era normal, eso sí, en las áreas rurales, donde el campesino la construía, muchas veces él mismo; pero no en las áreas urbanas, donde el apartamento y el cuarto en casa de vecindad, en condición de alquiler, eran los modos habitacionales típicos.  En Panamá, por ejemplo, según el censo de 1950, el 87,2% de las viviendas eran propias en el campo, pero sólo el 17,6% lo eran en las ciudades (OEA, 1957, p. 109)[1]. De igual forma, los datos censales de vivienda disponibles desde 1938 en Colombia indican que, en la ciudad de Bogotá, el número de viviendas habitadas por sus propietarios fue menor al número de viviendas en inquilinato precisamente hasta la década de 1960 (Ver cuadro de resumen de los censos de vivienda en Colombia).

 

El acelerado crecimiento de la población urbana, el alto costo de la tierra urbanizada y las escasas posibilidades de pago de las familias que migraban desde el campo, parecían indicar que la diferencia numérica entre inquilinos y propietarios se acentuaría aún más, a favor de los primeros, en todas las ciudades del país. De hecho así sucedió a lo largo de la década de 1950, cuando el porcentaje de viviendas propias habitadas disminuyó 6 puntos porcentuales a nivel nacional, tanto en las ciudades, abarrotadas de nuevos pobladores, como en el campo, donde muchas casas propias quedaron desocupadas. Esa tendencia, sin embargo, se revirtió en la década siguiente gracias a las acciones del Consejo Interamericano Económico y Social de la Unión Panamericana.

 

1. El primer Censo Nacional de Edificios y Viviendas y el CINVA

 

Dos hechos importantes relativos a la vivienda se suscitaron, en Colombia, en 1951. En mayo de aquel año se realizó el Primer Censo Nacional de Edificios y Viviendas; y, al mes siguiente, se creó el Centro Interamericano de Vivienda y Planeamiento—CINVA. Ambos acontecimientos respondían a la agenda de los organismos interamericanos impulsados 3 años antes en el “Pacto de Bogotá”.

 

Los informes de la época sobre lo que se denominó el “Problema de la Vivienda Económica” advertían la gravedad de la crisis habitacional en América Latina y anunciaban la posibilidad de que la situación se agravara rápidamente (OEA, 1958, p. 96). Se temía que el problema adquiriera “características pavorosas” con el potencial de despertar el descontento popular y desencadenar la revolución social (OEA, 1958, p. 114).

 

Si bien la situación habitacional se agravó en todas las ciudades de la región, pudo ser mucho más contraproducente (para los intereses de los organismos interamericanos) si no se tomaban, a tiempo, una serie de medidas que facilitaron el acceso de las clases económicas medias a una casa propia. Las medidas funcionaron. Sorprendentemente, en Bogotá, entre 1951 y 1985, el número de viviendas creció el doble que lo que aumentó el número de habitantes. Y lo que es más asombroso es que durante el mismo periodo, pese a la migración poblacional desde el campo, el número de viviendas propias aumentó 16,8 puntos porcentuales respecto a otras formas de tenencia, como el inquilinato, que disminuyó 13,6 puntos porcentuales (DANE, 1954) (DANE, 1984).

 

El I Censo de Edificios y Viviendas señala que en 1951 habían 72.882 viviendas habitadas en Bogotá. La cifra del IV Censo de Edificios y Viviendas de 1985, es de 899.150 viviendas habitadas. Las cifras para viviendas propias y en inquilinato de 1951 son 30.824 (40,3% del total de viviendas habitadas) y 40.956 (53,5% del total de viviendas habitadas) respectivamente. En 1985, en cambio, las viviendas propias superaban por más de 12 puntos porcentuales a las viviendas en inquilinato: 677.506 (54,0% del total de viviendas habitadas), las primeras y 522.387 (41,6% del total de viviendas habitadas), las segundas. De acuerdo a los censos, Bogotá tenía 648.324 habitantes en 1951 y 3’334.617 en 1985. El número de viviendas propias superó al de viviendas en inquilinato pese a que la población de la ciudad se multiplicó por 5 durante ese periodo (DANE, 1954) y (DANE, 1984).

 

No es demasiado descabellado suponer que en la segunda mitad del siglo XX, por primera vez en la historia de Latinoamérica, el número de viviendas propias superó al de otras formas de tenencia de vivienda urbana. Tampoco es exagerado afirmar que las ciudades de América Latina son, en gran medida, el resultado de las formas de tenencia de vivienda propia ingeniadas en el contexto de la Guerra Fría como mecanismos de contención ante la amenaza de la propagación del comunismo soviético.

 

2. El contexto internacional

 

Desde el siglo XIX, la unión de los estados americanos—el panamericanismo—persiguió dos objetivos fundamentales: garantizar la seguridad regional y mejorar las relaciones comerciales entre los países del continente. La vivienda de bajo costo en América Latina concernía a ambos objetivos. Desde el punto de vista de la seguridad, el acceso a la vivienda y a otras necesidades básicas se consideraba un prerrequisito para la estabilidad política, social e ideológica en el continente. Desde el aspecto económico, la construcción de viviendas con el apoyo de los organismos estatales nacionales, ofrecía la oportunidad de expandir comercialmente los productos financieros de la banca internacional. A partir de la década de 1950, la contención del comunismo se convirtió en el objetivo prioritario de la Unión Panamericana[2].

 

Los años posteriores a la Segunda Guerra estuvieron marcados por las tensiones políticas entre el bloque occidental, liderado por los Estados Unidos, y el bloque comunista, liderado por la Unión Soviética. Ambas potencias compitieron por la influencia de sus propios sistemas ideológicos en el resto del mundo. Desde la Doctrina Truman, de 1947, las estrategias políticas exteriores de los Estados Unidos, se propusieron ayudar a los países libres del dominio soviético con el fin de garantizar su estabilidad, ganar aliados y salvaguardar su propio bienestar interno. Las primeras “políticas de contención” norteamericanas se limitaron a la creación de programas de ayuda económica, como el Plan Marshall para la reconstrucción de Europa. Posteriormente, en la década de 1950, los programas de ayuda internacional se ampliaron al ámbito técnico, jurídico y de defensa a nivel mundial; para finalmente reforzar, en la década de 1960, en Latinoamérica, las dimensiones económicas y sociales en el marco de la denominada Alianza Para el Progreso.

 

El programa Alianza Para el Progreso pretendía ser una revolución pacífica y democrática, inspirada en el éxito de los programas de apoyo a la reconstrucción de las economías de Europa occidental. En palabras del Presidente Kennedy, la Alianza Para el Progreso sería “un plan de diez años destinado a hacer de la dCambio sociale cidental (REF, p. 5) "ios y miembros del Congreso de los Estados Unidos.diplomanza para el Progreso, en un vasto écada de 1960 en Latinoamérica, una década de progreso democrático” con el apoyo y respaldo de los EEUU hasta que “cada república americana sea dueña de su propia revolución de esperanza y progreso” (Acevedo, 2003, p. 4).

 

El estímulo a la actividad privada sobresalía entre los objetivos del programa. Uno de los compromisos fundamentales de los países signatarios buscaba impulsar el acceso de la población de bajos recursos a la propiedad privada. El primero a través de la ejecución de “programas de vivienda en la ciudad y en el campo para proporcionar casa decorosa a los habitantes de América”. El segundo mediante programas de reforma agraria con miras a distribuir la propiedad de las tierras agrícolas hacia un mayor número de personas. Los EEUU ofrecían invertir 20.000 millones de dólares en estos programas (Acevedo, 2003, p. 10).

 

De acuerdo a la Constitución de los EEUU los proyectos de ley para asignación de dinero para ayuda exterior debían originarse en la Cámara de Representantes. La comisión designada por la Cámara escuchaba las declaraciones tanto de los partidarios como de los detractores de los proyectos. Una vez aprobados por la Cámara, los proyectos eran remitidos al Senado donde eran debatidos y votados nuevamente. Sólo después de que la Cámara de Representantes y el Senado daban su aprobación final, el proyecto llegaba a la Casa Blanca para ser firmado por el Presidente, lo que lo transformaba en Ley (Acevedo, 2003, p. 56).

 

La documentación respecto al interés de los EEUU por fomentar la propiedad privada de viviendas en Latinoamérica es abundante. Para esta investigación preliminar se consultó el documento “Study of International Housing”, publicado por el Subcomité de Vivienda del Senado de los EEUU, en marzo de 1963. El estudio es un compendio de artículos preparados por 35 académicos y expertos en vivienda para instruir a los senadores norteamericanos previo a la aprobación de los tratados internacionales en materia de vivienda. Es, por tal motivo, una muestra significativa del enfoque político que había detrás de los programas norteamericanos de apoyo a la vivienda de bajo costo en la región.

 

Los artículos desarrollan la problemática de la vivienda de interés social desde la perspectiva del apoyo internacional. Las interrogantes que buscaban responder los autores fueron: ¿Cuál era el problema sociopolítico en la región? ¿En qué posición se situaba el apoyo a la vivienda de interés social entre las distintas formas de apoyo que buscaban mejorar las relaciones internacionales de los Estados Unidos? ¿Debía priorizarse el apoyo a la vivienda? (United States Senate, 1963).

 

El rol del Centro Interamericano de Vivienda y Planeamiento­ es discutido en múltiples ocasiones en los artículos del estudio. “No cabe duda”, sostiene Eric Carlson, ex director de la institución, “que los esfuerzos del CINVA son importantes y que sus programas han contribuido al fortalecimiento técnico frente al problema del déficit de viviendas en Latinoamérica. Pero debe recordarse que el CINVA es una institución solitaria en la región y que su producción total es limitada en comparación con los requerimientos y la aceleración que demandan los programas de la Alianza Para el Progreso” (United States Senate, 1963, p. 323). Carlson añade que, si bien las necesidades son todavía muchas, los Estados Unidos están al borde de cosechar los frutos a los esfuerzos de los últimos 15 años (United States Senate, 1963, p. 316).

 

Las diferencias entre vivienda pública en renta, vivienda en cooperativa y vivienda en propiedad privada es otro tema recurrente en las páginas del estudio. Se rechaza la alternativa de programas de vivienda pública alegando que en los países subdesarrollados no hay una tradición hacia el mantenimiento y el respeto por la propiedad pública (United States Senate, 1963, p. 303). Así mismo se destacan las ventajas de ampliar el número de propietarios de vivienda como un  medio efectivo para el fortalecimiento de la democracia en la región. “La propiedad privada de vivienda urbana es el equivalente moderno de la reforma agraria. El acceso a la propiedad privada es un prerrequisito para la estabilidad política, social e ideológica” afirma Williard W. Garvey, presidente de la compañía World Homes, Inc (United States Senate, 1963, p. 183).

 

En un artículo de 2012, titulado “Public Housing and Private Property. Colombia and the United States, 1950-1980”, Amy C. Offner (autora del libro The Rise and Fall of Welfare and Developmental States in the Americas) sostiene que los programas de vivienda de la segunda mitad del siglo XX ilustran el enfoque de las políticas sociales de la época y exponen el origen de las políticas neoliberales de vivienda. Offner sugiere que en nuestra región, gracias a las políticas de la Alianza Para el Progreso, se perfeccionó el concepto de la vivienda como mercancía. “Hacia la década de 1960, Bogotá y otros países en vías de desarrollo produjeron una forma distintiva de vivienda publica privatizada que tuvo repercusiones en otras partes del mundo en desarrollo y en los EEUU” (Offner, 2012, p. 26). “Los programas públicos de vivienda en Colombia no eran públicos de ningún modo. Fueron programas de propiedad privada de vivienda respaldados por créditos estatales”, concluye la autora (Offner, 2012, p. 26).

 

4. Cambios en las legislaciones nacionales

 

Al tiempo que los Estados Unidos reorientaban sus políticas de apoyo a la vivienda propia en Latinoamérica, las legislaciones nacionales se adaptaban con relativa agilidad a los nuevos requisitos normativos gracias a la asesoría técnica de la Asociación Interamericana de Abogados. El reto consistía en definir el marco legal para la división de lo común mediante el empleo de la figura del condominio.

 

Durante la década de 1950, en todos los países de América Latina se preparó el escenario para la venta masiva de viviendas que se vivió en la región después de la entrada de los programas de la Alianza Para el Progreso. Colombia fue uno de los primeros países latinoamericanos en aprobar un régimen especial de propiedad en el que los dueños de las unidades privadas son copropietarios de los bienes comunes en proporción a su coeficiente de propiedad: la ley 182 de diciembre de 1949. En 1951, la Asociación Interamericana de abogados celebró en Montevideo una conferencia a la que fue invitada la Asociación Nacional de Registradores, cuya tarea a desarrollar fue la “Propiedad Horizontal”, acordándose en dicha conferencia varias resoluciones que fueron antecedentes directos de la Ley Decreto No. 407 del 16 de septiembre de 1952. En México se construyeron los primeros edificios destinados a ser vendidos por departamentos en 1953, incluso antes de que se decreten las disposiciones legales en materia de propiedad por pisos. Esto ocurrió al año siguiente, el 30 de noviembre de 1954. Hacia 1960 casi todos los países de Latinoamérica poseían un régimen especial de propiedad horizontal. Las asociaciones nacionales de arquitectos se crearon en esa misma década en todos los países de la región.

 

En pocos años la vivienda en condominio pasó de ser algo inusual a convertirse en una de las formas de propiedad de vivienda urbana más frecuentes para las clases sociales media y alta en el subcontinente. El deseo de los Estados Unidos de fomentar en Latinoamérica un tipo de propiedad privada de vivienda urbana, a bajo costo, se hizo realidad. La profesora Offner refiere que mientras en los EEUU se construía vivienda pública subsidiada y vivienda en cooperativa, en Puerto Rico se optaba por convertir a las familias de escasos recursos en propietarios mediante préstamos que comprometían la mayor parte de sus ingresos así como los recursos estatales para el bienestar social (Offner, 2012, p. 27).

 

5. Cambios en la estructura curricular del CINVA

 

También el CINVA se adaptó a las nuevas políticas internacionales de fomento a la propiedad privada de vivienda.  Así se evidencia en el “Informe sobre el Seminario de financiamiento de vivienda y servicios públicos en América Latina” del mes de abril de 1959. El seminario se llevó a cabo al mismo tiempo que se firmaba en Washington el Convenio Constitutivo del Banco Interamericano de Desarrollo[3], y se orientó exclusivamente a promulgar el tema del mercado monetario de la vivienda y su financiamiento.

 

Esta frase del informe que reposa en los archivos del CINVA sintetiza el espíritu del seminario y del “Problema de la vivienda” como era concebido en ese momento: “En verdad, todo el aspecto financiero de la vivienda podría definirse como la provisión a las familias consumidoras necesitadas, de recursos monetarios para el fortalecimiento de su demanda por la propiedad o el arrendamiento de viviendas que cumplan ciertas normas de habitabilidad, a distintos niveles de precios o arrendamientos, de acuerdo con las necesidades y los niveles económicos familiares” (CINVA, 1959, p. 12).

 

La comisión de expertos que participó en el Seminario recomendó que, en los siguientes años, las actividades del CINVA se orientaran al estudio del financiamiento de los programas de vivienda y servicios en América Latina. Se requirió al CINVA elaborar un análisis de las modalidades del financiamiento de los programas de vivienda y servicios existentes en América Latina y el desarrollo de los instrumentos que permitieran una expansión de dichos programas, incluida la posibilidad de invertir los fondos públicos de seguridad social en vivienda. Se propuso la elaboración de manuales sobre programación sectorial de la vivienda y servicios públicos dentro del desarrollo económico nacional y manuales sobre programación del aumento de la demanda por vivienda y servicios públicos. Se recomendó además la organización, entre julio de 1960 y junio de 1961,  de cursos sobre el financiamiento de la vivienda y servicios públicos destinados a funcionarios de las instituciones gubernamentales y privadas de la región.

 

Conclusiones

 

Lejos de llegar a ser un estudio académico riguroso y completo, el presente ensayo busca sentar las bases para una reflexión sobre la tenencia de vivienda urbana y la ciudad latinoamericana contemporánea. Surgen las siguientes preguntas:

 

¿En qué medida el incremento de propiedad privada de vivienda urbana evitó que se generalice la revolución comunista encendida en Cuba en 1957? ¿Cuál habría sido el destino de las ciudades Latinoamericanas si no se producían ni las amenazas comunistas ni las intervenciones panamericanistas? ¿Cuál fue el rol de los arquitectos en la legitimación del concepto vivienda-mercancía? Y, quizás la pregunta más importante: ¿Qué otras vías posibles de acceso a la vivienda urbana, como la vivienda en propiedad cooperativa[4], dejaron de producirse gracias al estímulo a la propiedad privada de vivienda y al apoyo de los organismos interamericanos a la institucionalización de la figura legal del condominio?

 

NOTA:

En estos días (diciembre 2020) se habla de la cotización del agua en la bolsa de valores.

Personalmente creo que la amenaza del comunismo requería medidas importantes. Desde mi punto de vista es una bendición que el comunismo soviético no se haya propagado por Latinoamérica. Pero, por otro lado, quedó en la región el problema de la vivienda urbana como objeto de consumo.

Este artículo puede servir de advertencia ante el problema de que una necesidad tan básica como la vivienda, o el agua, lleguen al punto de ser concebidos como objetos de consumo, como medios de enriquecimiento.

Probablemente dentro de 50 años alguien tenga que recordar a nuestros nietos que alguna vez el agua tampoco fue una mercancía.

 

 


[1] Me refiero al caso de Panamá porque es la información disponible en los documentos digitalizados del archivo CINVA y porque el censo de diciembre de 1950, en Panamá, fue uno de los mejores censos realizados en América hasta la fecha (OEA, 1957, p. 107). Lo óptimo sería conocer las cifras de los primeros años del siglo XX en el territorio colombiano.

[2] En la X Conferencia Panamericana, celebrada en Caracas, en 1954, los países miembros de la OEA resolvieron cooperar activamente entre sí contra el avance del comunismo internacional.

[3] El Seminario de financiamiento de vivienda y servicios públicos en América Latina se inauguró el lunes 6 de abril de 1959. El Convenio Constitutivo del Banco Interamericano de Desarrollo se firmó esa misma semana, el miércoles 8 de abril.

[4] Otra alternativa habría sido la vivienda pública (estatal) de alquiler. Pero lamentablemente el manejo de lo estatal en las naciones latinoamericanas ha dado muchas veces la razón a los senadores norteamericanos que dudaban de nuestra capacidad de manejar la propiedad pública.

jueves, 19 de noviembre de 2020

OTRA VEZ EL RACIONALISMO. CRÍTICA AL EDIFICIO DE LA FACULTAD DE ARQUITECTURA DE LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES (QUE NO FUE UNA CRÍTICA A UN EDIFICIO SINO UNA OBJECIÓN DE CONCIENCIA FRENTE A LAS TRANSFORMACIONES DE LA DISCIPLINA EN LOS ÚLTIMOS 30 AÑOS)

CONVERSATORIO NÚMERO 23 DE LA BIENAL PANAMERICANA DE ARQUITECTURA DE QUITO, BAQ 2020. MIÉRCOLES 18 DE NOVIEMBRE.

TEMA: EDIFICIO DE LA FACULTAD DE ARQUITECTURA DE LA UNIVERSIDAD DE LOS ANDES 

AUTORES: BERMÚDEZ ARQUITECTOS 

AÑO: 2018 

PARTICIPANTES EN EL CONVERSATORIO:

El autor de la obra, Arquitecto Daniel Bermúdez; los estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Sao Paulo; los profesionales arquitectos Daniel Cabrera y Paola Velasco; y el arquitecto José Miguel Mantilla 

Alegoría del Mal arquitecto (izq.) y Alegoría del Buen arquitecto (der.). Premier tome de l’Architecture (1567) de Philibert de L’Orme.

Estimado Daniel, estimados arquitectos, estimados estudiantes, 

Mis escasas intervenciones en la Bienal han sido para referirme al tema de la TRANSFORMACIÓN en la arquitectura. Pero no respecto a la transformación física o tipológica de los edificios y de la ciudad; temas que, si bien son muy relevantes, ya se tratan en los análisis y en las conferencias de los autores de las obras invitadas. Me interesa tocar el tema de la TRANSFORMACIÓN de la propia disciplina en el tiempo porque creo que hacerlo es una tarea primordial de la crítica. Por eso comenzaré mi intervención refiriéndome a la última imagen de la conferencia magistral de Daniel Bermúdez (ocurrida dos días antes). Daniel se refirió a la Alegoría del Buen arquitecto y la Alegoría del Mal arquitecto publicadas en el Premier tome de l’Architecture de Philibert de L’Orme en el siglo XVI.

Como pudimos ver en la presentación de Daniel, en el tratado de De L’Orme, el Buen arquitecto, un humanista, está representado por un hombre con 4 manos, 4 oídos, 3 ojos y 2 pies alados. El Buen arquitecto y su discípulo se encuentran en un entorno de edificios, ruinas y otros objetos influenciados por la tradición clásica greco romana. Por otro lado, la Alegoría del Mal arquitecto, representa a un hombre sin ojos, sin manos, sin oídos, sin nariz (porque es incapaz de sentir), sin discípulos, sólo con una gran boca y rodeado de edificios medievales; edificios utilitarios: un edificio fortificado rodeado de murallas defensivas, una ciudadela gótica y otros ejemplos de construcciones pertenecientes a la tradición de los pueblos a los que el siglo XVI denominó bárbaros.

Quiero aprovechar esas imágenes que representan la conocida antítesis entre la arquitectura clásica y la arquitectura gótica para desarrollar un argumento introductorio; porque pienso que es un argumento imprescindible hoy en día, desde la crítica, no sólo para analizar el Edificio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Los Andes, sino para proceder como el Buen arquitecto de la alegoría de De L’Orme, que tiene un ojo para observar el Pasado, otro para comprender fríamente el Presente y otro para prever el Futuro.

La estética de las construcciones románicas y de las catedrales góticas estuvo determinada por las decisiones técnico constructivas que tomaban los maestros constructores, quienes tenían el mando en ese tiempo. Los esfuerzos técnico constructivos son por eso, en el gótico, un drama en piedra en forma de bóvedas de crucería, arcos apuntados, arbotantes y contrafuertes. La iluminación interior es otro drama en forma de vidrieras y rosetones. El espacio interior es un drama asombroso, un espectáculo. Hasta el desalojo del agua es una forma de exhibicionismo técnico en los edificios góticos.

Al contrario, la estética de las construcciones de la tradición clásica privilegiaba la unidad compositiva y el sentimiento de equilibrio. Los griegos, y un poco también los romanos, favorecían la sensualidad plástica por sobre la provocación técnica, sin renunciar a la invención constructiva necesaria.

Los siglo XIX y XX estuvieron marcados por el conflicto entre estas dos tradiciones renovadas y transformadas. La tradición pragmática y constructiva del gótico fue fortalecida por la revolución industrial. Y la tradición plástica, romántica (no confundir con románica porque son completamente opuestas) descubrió otros valores en el mundo Clásico y halló otras oportunidades expresivas en el arte tras el debilitamiento de las escuelas de Beaux Arts.

Los tres arquitectos que Daniel mencionó, como referentes ejemplares, en su conferencia del pasado lunes: Joseph Paxton, Henri Labrouste y Eugène Viollet-le-Duc estaban del lado de la tradición pragmática del racionalismo constructivo. Eran herederos del gótico. Philibert de L’Orme los habría puesto en el cuadro de los malos arquitectos. No porque lo fueran, sino porque De L’Orme era un hombre del Renacimiento.

Una tendencia opuesta a la del racionalismo constructivo defendió, en cambio, en el siglo XIX, la autonomía de la arquitectura frente a la técnica. John Ruskin y Gottfried Semper—un romántico inglés nostálgico del pasado, el primero y un romántico alemán optimista del futuro, el segundo—consideraban que la verdadera arquitectura no admitía obligadamente todo lo que la técnica le proporcionaba. Pienso que un buen ejemplo de esta concepción de la arquitectura es el edificio de Adolf Loos (seguidor de Semper) en la Michaelerplatz de Viena (1909-1911). Como todos saben, ese edificio tiene 4 columnas que no cumplen una función estructural sino una función plástica en la fachada del edificio. ¿Qué sucedió? ¿Cómo es que Adolf Loos, el enemigo del ornamento, el gurú de la eliminación de todo lo superfluo (como le gusta a Daniel), introdujo 4 enormes columnas que podrían no estar allí? ¿Podrían no estar? Técnicamente si, técnicamente podrían no estar allí. Hacia 1909, cuando se construyó el edificio, las técnicas constructivas habían alcanzado un desarrollo que permitía que todo el frente del edificio (28 metros aproximadamente) se pudiera sostener con una gran viga entre dos apoyos a los extremos. Efectivamente así se hizo por disposición del ingeniero estructural. Pero esto a Adolf Loos no le interesaba porque, para él, aquello era un asunto de la construcción, de la ingeniería y no un asunto del arte de delimitar el espacio. Loos aspiraba a la belleza, no al asombro. Loos era capaz de diferenciar el estímulo emocional de lo bello del sentimiento emocional de lo sorprendente. Por eso era tan bueno. Por eso existe una enorme diferencia entre su obra y la de sus contemporáneos (los amanerados O. Wagner, J. M. Olbrich y J. Hoffmann). Sé muy bien que vivimos un periodo de ideales muy distintos y no es fácil entender esto, por eso voy a explicarlo con otro ejemplo.

Las revoluciones artísticas y arquitectónicas del siglo XX le debieron mucho a la teoría alemana romántica del einfühlung o empatía: la noción del sentimiento estético. Un arquitecto alemán del romanticismo llamado Karl Bötticher, seguidor de Schopenhauer, empleaba dos conceptos para diferenciar las demandas propias de la técnica de las demandas propias del sentimiento estético. Estos conceptos eran el Kernform (la forma núcleo) y el Kunstform (la forma arte), el primero referido a la construcción y a la técnica, el segundo referido al enmascaramiento de la realidad para alcanzar la expresión visual ideal en la obra arquitectónica.

Desde su posición pragmática, Daniel observa la curvatura del estilóbato y la crepidoma del Partenón como una solución técnica para evacuar el agua lluvia. Desde la noción de empatía, en cambio, a Karl Bötticher le interesaban las columnas de ese mismo edificio como un complejo sistema de estímulos emocionales. Estímulos que probablemente nosotros, personas del siglo XXI no podemos apreciar, pero que de acuerdo a Bötticher conmovían al griego antiguo extremadamente sensible a las molduras, al juego visual de los volúmenes y las masas que interactúan en el espacio. El argumento de Bötticher que explica también la razón por la que Loos introdujo las 4 columnas de la fachada del edificio de la Michaelerplatz, es que las propiedades de la materia no determinan automáticamente las formas acordes al goce estético. Algún tipo de representación, de truco, de engaño si se quiere, es necesario. A veces, en efecto, la belleza es un lujo mentiroso pero necesario. Lo sigo explicando: La piedra blanca del monte Pentélico se mantiene inmutable bajo el peso del entablamento y la cubierta. Pero para los griegos, de acuerdo a Bötticher, aquello era un defecto expresivo del material y, mediante la manipulación plástica de la forma del ábaco, del equino, de los collarinos y del aparente aplastamiento del fuste, Fideas, el arquitecto-escultor, que conocía muy bien cómo debían reaccionar los cuerpos de acuerdo a su posición relativa a otros cuerpos y a la ley de la gravedad, representó en la materia lo que el espíritu ansiaba mirar. El templo griego es un conjunto de piedras que simulan deformarse aplastadas debajo del pesado entablamento para transmitir una sensación de equilibrio. No es un drama técnico para resolver un problema mecánico, es una exquisita REPRESENTACIÓN plástica para el goce del espíritu.

Respecto al concepto de REPRESENTACIÓN en la arquitectura también quiero comentar algo que dijo Daniel en su conferencia. Dijo Daniel que “el confort es primo hermano de la belleza”. Para Enrique Ciriani, por ejemplo (otro arquitecto latinoamericano muy importante) la arquitectura y lo bello no son una cuestión de confort sino de REPRESENTACIÓN. Contaba Ciriani, en una ocasión en que vino al Ecuador, que fue profesor de proyectos durante mucho tiempo en París (creo que treinta años o algo así); y decía que en todos esos años nunca dejó de asistir a clases vestido de forma impecable. Cada vez más los profesores, iniciando por lo más jóvenes, comenzaron a ir a la universidad en calentador, en chándal, como dicen en otros países. Él reflexionaba acerca de esto y afirmaba que por supuesto que era consciente de que unos zapatos de goma y una vestimenta deportiva eran más cómodos que un traje o una chaqueta y corbata, pero defendía la idea de que la arquitectura es primero REPRESENTACIÓN y después confort. Así que nunca renunció a su elegancia. Esta es por supuesto otra idea que nosotros, los hombres y mujeres del siglo XXI, no podemos entender con facilidad.

Le Corbusier, a quién Daniel mencionó varias veces en la conferencia del lunes, parece que si comprendía muy bien estas cuestiones. La oposición entre el clásico y el gótico, la contradicción entre la aproximación pragmática y la aproximación artística, la necesaria complementariedad entre la razón y el sentimiento en la arquitectura, fueron temas centrales de su teoría. Por eso sostiene en Viaje al Oriente y en Hacia una arquitectura, o en Defensa de la arquitectura y en otros escritos, que el Partenón es un sistema plástico, una máquina de emociones, y emplea una palabra: Modénature para explicar los sistemas plásticos—no constructivos, no utilitarios, no pragmáticos—que descubrió en la arquitectura griega antigua.

Le Corbusier sostiene que la “mecánica plástica” de la combinación de las partes de la columna dórica bajo el peso de la cubierta y el entablamento—ábaco, equino, collarinos y fuste—es el testimonio de la tarea del arquitecto de “dar una forma viva a una materia inerte”. El arte griego, dice, vivifica la inerte materialidad de la piedra haciendo de ella un maravilloso organismo expresivo.

Como Bötticher con la idea de Forma Núcleo y Forma Arte, Le Corbusier repite hasta el cansancio en Hacia una arquitectura que existe una estética de ingeniero y una estética de arquitecto. Sostiene que: “la «estética del arquitecto», relativa al lirismo del eterno corazón humano debe distinguirse de la «estética del ingeniero », relativa a la técnica de los tiempos modernos".

Así, respetado público asistente, hemos llegado al final de nuestra sumarísima explicación de la antítesis entre la tradición clásica y la tradición gótica traídas a cuento gracias a la Alegoría del Buen arquitecto y la Alegoría del Mal arquitecto de Philibert de L’Orme. Y quiero concluir con una específica aplicación práctica de estas reflexiones, seguramente esperada por ustedes, emitiendo un juicio sobre el espíritu de la época actual manifestado en la obra reciente de Daniel Bermúdez y especialmente en el Edificio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Los Andes.

El Edificio de Arquitectura, o Edificio C, es el cierre de un ciclo comenzado en los últimos años de la década de 1980 con el Plan de Ordenamiento desarrollado por Daniel Bermúdez junto a su padre, Guillermo Bermúdez Umaña. La obra de un mismo arquitecto durante un período de más de 30 años es como un tubo de ensayos donde se puede acercar el microscopio para admirar las TRANSFORMACIONES que testimonian, no únicamente la evolución de una firma de arquitectura, sino el devenir de la cultura a la que se debe esa firma.

El magnífico, yo diría que inigualable edificio Lleras (1989) no exhibe explícitamente la estructura u otro artilugio técnico de ningún modo. Quiero decir que la estructura no es protagonista. Tampoco los sistemas técnicos, la función, ni el rigor constructivo. El cuidado en la configuración de las formaletas para el vertido del concreto todavía no parecía tan importante o realizable en ese momento, como lo es hoy. La buzarda y algo de tolerancia al resultado del trabajo manual fueron la solución. Poseen pues sus hormigones unas texturas muy ricas, sensuales, comparables al fondo de un cuadro de Antoni Tàpies. Provoca tocarlos. Las escaleras y la luz que las ilumina son objetos plásticos, pura estética de arquitecto. Pura estética de arquitectura moderna colombiana. Esa arquitectura moderna que en ese país, como en el Ecuador, perduró hasta la década de 1980, antes de ser absorbida por los fenómenos globalizadores para transformarse inevitablemente en otra cosa, en una continuidad sí, pero distinta y todavía indescifrable. La planta del edificio Lleras es comparable, en su sensualidad, en la forma de abanico que acompaña la curva y los niveles del terreno, al Conjunto Residencial El Polo proyectado por Guillermo Bermúdez y Rogelio Salmona cerca de 1960. Prevalecen esos sistemas de emociones plásticas por sobre las consideraciones técnicas en toda la obra de esa época: en la Casa Sabanera (1992), en el Plan Maestro del Liceo Francés (1990), y especialmente en todo el Plan de Ordenamiento Espacial de la Universidad de Los Andes (1989).

Los historicistas sostienen que cada época deja grabada en todos sus productos y creaciones lo que corresponde a su desarrollo técnico y a su sensibilidad, o falta de sensibilidad artística colectiva. Desde hace 70 años el talante realista gana todas las batallas al espíritu romántico. En el arte se alienta el sentimentalismo (político, ético, ideológico) y se rechaza la sensualidad (la belleza desinteresada). Un estado de asombro crónico ante los logros científicos, materiales y tecnológicos eclipsa nuestra capacidad de descubrir y crear belleza.

El sentimiento colectivo de nuestro tiempo es cada vez más claro. Es el de la valoración de la ciencia y la tecnología por sobre las artes y otras formas de vivencia espiritual. La valoración de la política y la economía por sobre los saberes humanísticos. La valoración de lo útil y lo necesario por sobre lo bello y trascendente. La valoración de los hechos y los datos por sobre la imaginación. Es la barbarie del especialismo. Es el hombre sin nariz, incapaz de sentir. Es el hombre con un ojo para el presente, miope ante el futuro y ciego ante el pasado. Es, en definitiva, el triunfo de la Alegoría del Mal arquitecto por sobre la Alegoría del Buen arquitecto. 

 

viernes, 10 de enero de 2020

ARQUITECTURA, AUTONOMÍA Y REALIDAD

Ilustración: Juego de Paneles XVIIII, JMM, 2020

Por José Miguel Mantilla Salgado, PhD (c)

El eje académico de la BAQ 2018 se planteó como un espacio para dialogar sobre la arquitectura en sí misma. Con este objetivo se invitó a las escuelas y facultades de arquitectura a nivel internacional y al público en general, a analizar y discutir una muestra de obras de arquitectura que, hipotéticamente, fuesen ejemplares en su respuesta a las demandas más urgentes de la realidad actual sin por ello abandonar los ideales intrínsecos de la disciplina.

El enfoque temático así propuesto condujo al planteamiento de varias preguntas respecto a la relación de la arquitectura con el mundo. Parece haber un acuerdo, aunque esto no siempre se vea reflejado en la práctica, en cuanto a que las acciones de los arquitectos —como las de cualquier otra persona— deben necesariamente ser responsables con la realidad; llámese ésta realidad social, medioambiental, cultural, incluso realidad tecnológica, constructiva y material. Donde el asunto no aparenta ser tan claro es en el ámbito de la disciplina y de su relación con las realidades mencionadas y con otras no menos importantes. En este sentido, desde el eje académico de la BAQ, surgieron las siguientes interrogantes:

¿Puede la arquitectura ser consecuente con la realidad sin dejar de ser coherente consigo misma? ¿Posee la arquitectura una autonomía afirmada en el conocimiento de algunos principios generales transmisibles y que le sean propios? ¿Posee la arquitectura sus propias reglas? De ser así ¿cuáles son estos principios y reglas?

La segunda pregunta planteada menciona la palabra autonomía. Al menos dos de los críticos invitados a la BAQ 2018 mostraron actitudes comparables, si bien con distintos matices, frente a este concepto referido a la arquitectura.

Enrique Walker manifestó en la entrevista,

“Diría que la arquitectura se redefine continuamente, como toda disciplina, a medida que cambia su mundo. Es decir, ciertas condiciones emergentes, ya sea de tipo cultural, social, o técnica, detonan preguntas que desplazan sus límites respecto a disciplinas adyacentes y, en consecuencia, su centro. Algunos arquitectos han convertido estas condiciones en oportunidades para reformular y expandir la arquitectura. Uno podría referirse a este proceso como una búsqueda de autonomía. Se trata, en definitiva, de entender la naturaleza de la propia disciplina: lo que le es propio, incluso único, lo que forma parte de su ámbito, lo que puede y no puede hacer. Sin embargo, el término autonomía ha supuesto una serie de malentendidos, en particular en el contexto neoyorquino, donde enseño. Por ejemplo, se suele confundir la operación de definir límites respecto a otras disciplinas con la operación de aislarse como disciplina. O la autonomía de la arquitectura como disciplina con la autonomía de la arquitectura como objeto. En mi opinión, la operación de autonomía de una disciplina (es decir, el proceso de delinear sus límites y posicionar su centro) supone, por sobre todo, reiterar que ésta sigue siendo necesaria. Es decir, cuando una disciplina se redefine, en virtud de preguntas detonadas por ciertas condiciones emergentes, lo que hace es renovar su rol en el mundo, su contrato con la sociedad.” (Walker, 2018)

Otro crítico invitado a la BAQ2018, Freddy Massad, no da muestras de estar enteramente a favor del concepto de autonomía referido al campo de la arquitectura,

“No estoy tan seguro de la autonomía en la arquitectura, creo que si tiene, pero también son principios que pueden discutirse. Estamos en un tiempo bisagra, estamos en un momento donde la sociedad está cambiando para transformarse en otra cosa. Estamos ante el fin de una época, la tecnología está provocando ese cambio y la velocidad de los cambios son tan tremendos que no llegamos a entender la época en la que estamos viviendo” (Massad, 2018)

Antonio Armesto, otro de los invitados, tiene una apreciación similar a la de Enrique Walker. Lamentablemente no fue entrevistado sobre este tema. Sin embargo, en un escrito de su autoría publicado hace algún tiempo, sostiene lo siguiente,

“Decir que algo posee autonomía no es lo mismo que decir que es independiente, que puede separarse de todo lo demás y situarse en un mundo aparte, autárquico. La idea de autonomía la tenemos todos, pero no todos somos completamente conscientes de sus implicaciones. Autonomía quiere decir sencillamente, que algo «se arregla», es decir, que algo posee elementos y reglas que le son propios y se rigen por ellos. Defiendo, por lo tanto, que la arquitectura posee autonomía: se arregla, tiene reglas y elementos que le son propios y que forman parte de su ethos, de su modo de ser útil. Y defiendo que el arquitecto debe tener conciencia de la autonomía de la arquitectura para evitar algunas consecuencias que vamos a comentar al tratar los ejemplos negativos escogidos. La condición necesaria para que la arquitectura sea útil, realice su genuina utilidad, es que tenga conciencia de su autonomía y no lo contrario. Igual que sucede entre personas: sólo si una persona es autónoma puede ayudar a otra que no lo sea a causa de la edad (niño o anciano) o a causa de su específica condición de incapacidad.” (Armesto, 2009, p.88)

En definitiva, Walker sostiene que el concepto de autonomía es necesario en la disciplina pero que en muchos casos ha supuesto una serie de malentendidos. Massad sugiere que es mejor evitar su uso referido a la arquitectura. Antonio Armesto, no sólo piensa que no hay por qué evitarlo, sino que afirma que es obligatorio “defender y clarificar” su significado para ser conscientes de su importancia (Armesto, 2009, p.88).

Los diccionarios etimológicos explican que la palabra autonomía procede del griego αὐτονομία, formado por los dos conceptos auto, “uno mismo”, y nomos, “norma” ¿Se puede o no pensar que la arquitectura tiene sus propias normas? Dejamos al lector la posibilidad de llegar a sus propias conclusiones. Deberá hacerlo si se propone responder las inquietudes que formulamos algunos párrafos más arriba.

Si el lector se propone hallar una respuesta por sí mismo, hará bien en buscar la ayuda y la compañía de otros pensadores que se hicieron estas preguntas o algunas similares en el pasado. Está bien dialogar acerca de la arquitectura en sí misma, pero ¿qué es la arquitectura en sí misma? Albert Camus escribió que las dudas de los creadores que nos precedieron concernían a su propio talento y que en cambio las dudas de los creadores de hoy conciernen a la necesidad de su oficio, es decir a la duda sobre la propia existencia de lo que hacen. El creador de hoy pide perdón antes que combatir en defensa de lo que constituye la esencia de su oficio. Esto ocurre porque el creador de hoy desconoce en qué consiste dicha esencia, sostiene Camus.

La pregunta acerca de la arquitectura en sí misma y en su relación con el mundo es tan antigua como la propia arquitectura. Con el ánimo de alimentar intelectualmente el diálogo propuesto desde el eje académico de la BAQ 2018, invito a la lectura de los siguientes libros que resumo a continuación: el libro Idea, contribución a la historia de la teoría del arte (1924)  de Erwin Panofsky; el ensayo “Rules, Realism and History” de Alan Colquhoun; y el Dentro l’architettura (1991) de Vittorio Gregotti.

1

En Idea, contribución a la historia de la teoría del arte (1924), Erwin Panofsky sugiere que durante los periodos de crisis de ideales las personas adoptan dos posiciones hacia el mundo de la creación artística. El autor las denomina posición naturalista y posición manierista. La primera, nos dice, es una forma de negación de la autonomía del arte; la segunda es una forma de desconocimiento o rechazo de las reglas que tradicionalmente autorizan dicha autonomía. De acuerdo a Panofsky ambas posiciones, aunque opuestas en apariencia, son precisamente las manifestaciones simétricas del mismo fenómeno. Otros autores coinciden con Panofsky en esta observación y afirman, además, que el debilitamiento de los ideales en las disciplinas artísticas es un hecho periódico e inevitable; esto último en razón de que al interior de la propia cultura la crisis pasa inadvertida. Al respecto, el arquitecto e historiador Harry Francis Mallgrave advierte que por este motivo, cada cierto tiempo, alguien debe recordarnos la lógica del discurso crítico de la arquitectura con el mundo. Señala, además, la incapacidad que históricamente ha demostrado la cultura arquitectónica de escapar a la disyuntiva ocasional que confronta a las posiciones realistas e idealistas. Para este autor, la lógica del discurso crítico de la arquitectura que de cuando en cuando debemos recordar, está en saber mantener lado a lado ambos extremos aparentemente irreconciliables. Así, para Mallgrave, la arquitectura debe ser enfáticamente realista sin privarse al mismo tiempo (aunque parezca contradictorio) de su carácter complementario y furiosamente idealista, como representación artística y simbólica (Frampton, 1999).

2

El dilema entre estas dos posiciones aparentemente opuestas en la arquitectura es tratado también en un ensayo de 1976, titulado precisamente “Rules, Realism and History” por Alan Colquhoun. El autor advierte que probablemente se trate del problema más importante en la disciplina y plantea esta pregunta: ¿debe considerarse a la arquitectura como un sistema autónomo o más bien como un producto social que se construye únicamente desde algunas fuerzas externas?

Como los demás autores referidos en este artículo, Colquhoun considera que la adopción de una posición exclusiva y de confrontación respecto a la otra, es el resultado de la inexistencia de una definición clara de los ideales al interior de la disciplina. Para él, la fuerte corriente que defendía la autonomía de la arquitectura en los primeros años de la década de 1970 surgió como respuesta a la débil posición teórica que había dominado la cultura arquitectónica durante los últimos 15 años. Por un lado, los valores intrínsecos de la arquitectura eran relegados frente a los argumentos sociales y tecnológicos, y, por otro, brotaba un fervor estético descontrolado que rechazaba la existencia de cualquier tipo de normas.

Según Colquhoun la razón del predominio de estas dos posiciones es la poderosa tendencia que orienta a la cultura arquitectónica hacia el realismo o naturalismo. Desde hace mucho tiempo, dice el autor, la arquitectura ha enfrentado presiones tecnológicas y sociales de un modo que no ha ocurrido en las demás artes. Las dramáticas alteraciones en las formas de ocupación del territorio, las constantes innovaciones en los materiales y tecnologías, los cambios en la economía y en la movilidad de las personas y mercancías, entre otros, han alterado drásticamente la concepción de la infraestructura arquitectónica durante el último siglo. Estos cambios demandaban una actualización de las reglas internas de la disciplina, pero, según Colquhoun, ha sido más fácil abolirlas completamente.

Colquhoun concluye alegando que la dicotomía entre realidad y autonomía disciplinar debe remplazarse por un concepto menos simplista, el de un proceso dialéctico en el que las normas internas del idealismo disciplinar se actualizan frente a las fuerzas externas de la realidad para alcanzar una nueva síntesis parcial. El antiguo realismo que desprecia los valores de la disciplina debe dar paso a un nuevo realismo que reconozca las estructuras estéticas existentes tanto como a los fenómenos de la realidad que afectarán y alterarán permanentemente dichas estructuras.

3

Con el ánimo de advertir el aparecimiento de un nuevo momento de extravío lógico del discurso crítico de la arquitectura con el mundo, el arquitecto italiano Vittorio Gregotti publicó, en 1991, un libro titulado Dentro l’architettura. Greggoti escribe que para él es imposible considerar la arquitectura únicamente como representación de la realidad o, al contrario, como una mera escritura descentrada respecto a ésta. Afirma que su posición consiste en resistir a la tentación de hacerse expulsar o de autoexcluirse de nuestro universo de competencias específicas, un oficio “tradicionalmente llamado a dar forma dotada de sentido al conjunto de las técnicas de transformación del mundo físico”  (Gregotti, 1993, p. 9).

Desde una posición de defensa de la posibilidad de dar continuidad al movimiento moderno en la arquitectura, Gregotti sostiene que dicho movimiento fue y debe ser un proyecto crítico y no orgánico en relación con la sociedad. El arquitecto italiano denuncia que, al no existir una tensión crítica entre el oficio y la sociedad, la cultura arquitectónica se está volviendo, y a pasos agigantados, demasiado práctica y servil. Sin un grado de resistencia desde el interior de la disciplina el proyecto permanece fatalmente prisionero de la competencia del mercado y de las modas, obligado a “esa originalidad provisional que el mercado exige” (Gregotti, 1993, p. 21). En un libro reciente, I racconti del progetto (2018), Gregotti afirma que en un edificio como el «Cleveland Clinic Lou Ruvo Center for Brain Health» de Frank Gehry, se esconde la confesión de un arquitecto que acepta el colapso definitivo de una práctica artística milenaria, o la sumisa y extrema adhesión del arquitecto a la condición del presente. Aunque el autor no lo mencione, la primera corresponde a una actitud manierista y la segunda a una posición naturalista. Así de cerca están la una de la otra.

Al igual que Panofsky y Colquhoun, también Gregotti piensa que la total ausencia de condiciones desde el interior de la disciplina (la ausencia de un ideal y de unas reglas derivadas de aquel ideal) constituye la base para el surgimiento de las posiciones manierista y naturalista a partir de la crisis de la modernidad. La primera aproximación, oportunista o cínica, es, según el arquitecto italiano, una posición de rasgos caricaturescos pronta a convertirse en una burda “decoración de la sociedad del espectáculo” (Gregotti, 1993, p. 46): recargamiento, exageración, adopción de pesados disfraces, acentuación de caracteres y otros procedimientos caricaturescos que se aplican a la propia tradición moderna así como a otras tradiciones, con total desconocimiento del sentido y del origen de las mismas. La segunda aproximación, que surge en respuesta a la “caricatura manierista”, sin ser una alternativa válida, es la búsqueda de un fundamento del quehacer arquitectónico en el retorno a las condiciones empíricas; una “ilusión deductiva de quien piensa que el proyecto pueda surgir directamente de la mera lectura, por profunda que sea, de las condiciones y del contexto considerado” (Gregotti, 1993, p. 36). El resultado de este nuevo naturalismo es la aceptación de una posición de servicio y de dependencia a las opiniones de la masa. Su expresión palpable en la producción arquitectónica es, según Gregotti, la precariedad neurótica, la mediocridad y el pluralismo vulgar convertidos en ideologías (Gregotti, 1993, pp. 28-44).

Al faltar la fe en la propia arquitectura, la práctica se reduce al mismo tiempo a convertirse en una decoración evasiva o en un instrumento acrítico de las ideologías de turno. Finalmente, arguye Gregotti que, ante la cultura de evasión de una clase-mayoría dominante y que no tiene un auténtico interés por la arquitectura, la reconstitución debe hallarse en una “minoría de la disciplina paciente”:


“Se trataría de una minoría paciente, capaz de pensar la duración sin presunciones y el monumento sin monumentalismo; una minoría capaz de un profundo respeto por el oficio y por las técnicas sin la ideología del mandil de cuero del artesano y sin la ingenua fe en los poderes resolutorios de la sociedad tecnológica hipermoderna; una minoría capaz del placer de la invención libre en cuanto solución necesaria de un problema y no como una frivolidad. Una minoría cuyos actos respeten la economía de los medios expresivos, la simplicidad conquistada precisamente a través de la complejidad de lo real sin esquematizarla, una minoría capaz de la construcción continua de una distancia crítica de lo real, y ante todo precisamente de aquel contexto del que se habla de modo excesivamente justificativo; una minoría capaz de reconstruir una diversidad propia, necesaria para la búsqueda de claridad, pero sin el orgullo de las seguridades momentáneas que de ella se derivan, una minoría que se proponga estar siempre fuera de moda y fuera de la imagen, una minoría capaz de restituir materialidad al acaecer de las cosas” (Gregotti, 1993, pp. 48 - 49).


En el marco de las ideas propuestas por los autores mencionados, las opiniones de Panofsky, Colquhoun y Gregotti coinciden con las de Antonio Armesto y Enrique Walker. De acuerdo a estos autores la arquitectura sí es autónoma y es importante reconocerlo. Los cinco, sin embargo, afirman que sostener que sea autónoma no es lo mismo que decir que sea independiente de la realidad. Al contrario, todos ellos insisten que la arquitectura, desde su autonomía, no puede ni debe desentenderse de la realidad.

Frente a las preguntas, ¿posee la arquitectura sus propias reglas?, y, de ser así ¿cuáles son estos principios y estas reglas?, los autores de los textos mencionados, coinciden en señalar que esas reglas son de carácter estético. Con esta idea quiero cerrar este artículo porque sé que abre la puerta a un nuevo apartado de preguntas que probablemente se podrían tratar en una siguiente edición de la Bienal de Arquitectura de Quito:

¿Es la arquitectura un arte? ¿Qué hay de la belleza en la arquitectura? ¿Prevalecen ciertas normas estéticas inevitables en la disciplina, pero, por una suerte de pudor ideológico, nos negamos a admitirlas y buscarlas abiertamente?




Bibliografía

Armesto Aira, A. (2009). Arquitectura contra natura. Apuntes sobre la autonomía de la arquitectura con respecto a la vida, el sitio y la técnica. En B. Colomina, A. Jaque, J. Arnau, & A. Armesto, Foro crítica: arquitectura y naturaleza (pp. 79-119). Alicante: Colegio Territorial de Arquitectos de Alicante.

Colquhoun, A. (1981). Essays in Architectural Criticism. Chicago y Nueva York: The Institute for Architecture and Urban Studies and The Massachusetts Institute of Technology.

Frampton, K. (1999). Estudios sobre cultura tectónica. Madrid: Ediciones Akal, S. A.

Gregotti, V. (1993). Al interior de la arquitectura. Barcelona: Edicions 62.

Panofsky, E. (1998). Idea, contribución a la historia de la teoría del arte. Madrid: Ediciones Cátedra, S. A.

Entrevistas a Enrique Walker y Freddy Massad durante su participación en la BAQ 2018