Para qué voy a entrar en detalles aburridos si una sencilla y hermosa función matemática basta para ilustrar el carácter y el sentimiento de la década que está por terminar (2010 a 2019):
 
 y(t) = A sen (ωt + φ)
 
En alguno de los momentos de relativa tranquilidad, cuando la sinusoide del devenir alcanza su amplitud máxima negativa o positiva (A), en alguna sima o cima—da igual porque el sentimiento es el mismo—fui convocado a participar en un asunto que creo que organizaba un grupo de estudiantes y profesores de arquitectura de la Universidad Católica del Ecuador. El evento, titulado Martes de mierda, consistía en la invitación a diferentes personajes del mundillo cultural quiteño para que expliquen su obra en un ambiente informal, relajado y un poco ahogado en cerveza, la alegre compañera. En esa ocasión los invitados eran los productores, creadores y actores de enchufe.tv. La tarea que me fue asignada consistía en escuchar las conversaciones y, posteriormente, redactar una pequeña crónica de los acontecimientos. El resultado fue el relato que presento a continuación. 
Este texto fue publicado por primera vez, ligeramente distinto, el 10 de diciembre de 2013 en la bitácora http://martesdemierda.blogspot.com.
Por: José Miguel Mantilla Salgado
Hoy
 es martes y es de mierda.  Llegamos temprano al lugar de la invitación 
pero los pocos espacios de estacionamiento disponibles—sobre la acera—ya están 
ocupados. Giro a la derecha por la avenida Juan Montalvo y me detengo a 
pocos metros del puente de la calle Yaguachi, frente a la fachada 
principal del Palacio Legislativo. Me recorre un escalofrío negro. Un pensamiento de terror 
se insinúa fugazmente en mi imaginación y se extingue. No llega a ser más que un 
impulso incomprensible, similar al destello de una bombilla eléctrica defectuosa que, 
luego de apagada, emana aún leves irradiaciones, casi inapreciables pero 
intensamente fastidiosas. Permanezco en el asiento y procuro recobrar la idea 
perdida. Intento completarla; pero entonces el Mateo grita, desde el otro lado
 del automóvil: "¿no te vas a bajar?", y las tenues formas del pensamiento
 se desvanecen y abandonan mi espíritu, supongo que para siempre.
Ingresamos
 a la "Casa Okupa". Nos recibe Javier, uno de los organizadores. Le pregunto si ya llegaron los 
invitados de la noche. Me responde que sí, que han venido diez y que 
están muy animados. Tomamos unas cervezas del bar y buscamos un lugar 
donde instalarnos. La silla de plástico donde se sienta el Mateo está a medio romperse. Por poco se cae. No me río siquiera, intentando recuperar el 
sentimiento que tuve al llegar frente al Palacio Legislativo, pero no lo consigo.
La
 "Casa Okupa", lugar que no conocía y al que no ansío volver en mucho tiempo, se encuentra debajo del puente de la calle Yaguachi, el 
primer paso elevado que se construyó en la ciudad de Quito, en 1960, con
 motivo de los preparativos para la célebre XI Conferencia Panamericana que 
nunca llegó a realizarse. No hace falta extender más la descripción. Estaba oscuro.
Todos
 saben qué es enchufe.tv. Durante horas se abordan las dos cuestiones 
inevitables: primero, si los sketches de enchufe.tv tienen un carácter 
universal y local al mismo tiempo, y, segundo, si los ideales con los que se
 fundó la agrupación permanecen a pesar del éxito alcanzado. Las 
respuestas de los integrantes de la productora son: sí a lo uno y sí a lo otro también. Es una lástima que nadie 
mencione que mañana (miércoles 13 de noviembre de 2013) se cumplen dos años desde el 
lanzamiento de su primer video. No es un tema imprescindible pero sí una coincidencia significativa y un motivo más para beber, en martes. Decido no interrumpir.
 
Un
 personaje con acento español perturba el diálogo con sus anécdotas vacías y otras charlatanerías que no le 
interesan a nadie. El Mateo, que seguramente está pensando lo mismo que 
yo, le dice en voz alta, "¡¿por qué no te callas?!" (con el tono del Rey Juan Carlos I a Hugo Chávez en la XVII Cumbre iberoamericana de jefes de estado). Me río un poco y sin querer 
estoy a punto de recobrar el evasivo pensamiento de la llegada, pero es imposible. Ahora recuerdo, en cambio, que en este preciso lugar ocurrió, 
hace 467 años, la Guerra de Quito, donde murió el Primer Virrey del 
Perú, Blasco Núñez Vela, derrotado por las fuerzas rebeldes de Gonzalo 
Pizarro.
 
Cierta idea retumba entre el barullo de preguntas y contestaciones de la 
noche: el propósito de Touché Films ha sido, desde el inicio, cambiar la
 triste historia de la producción audiovisual del Ecuador, y los 
sketches de enchufe.tv fueron el mejor medio que encontraron para 
hacerlo. Se dicen cosas inteligentes; se manifiestan principios 
incorruptibles; se demuestra que en este país se pueden hacer cosas como es debido: de forma profesional y divertida. Se bebe cerveza. La fotógrafa 
hace su trabajo con elegancia. Transcurre con normalidad un buen Martes 
de mierda.
 
Escucho por enésima vez al personaje con acento español interrumpir la 
conversación y al Mateo amenazarlo. Entonces, y sin conexión aparente, 
siento encenderse en mi pensamiento algo que sólo sabría definir como 
la mitad no formada de la idea que había flotado ante mi espíritu el 
momento que estacionamos el automóvil frente al Palacio Legislativo. En pocos segundos la 
idea adquiere densidad, límites, contorno, textura y color; se completa: EN ESTE LUGAR ENTERRABAN A LOS MUERTOS. 
"Este sitio fue un cementerio", le digo al Mateo. "En el lugar donde dejamos el auto se hallaba la picota colonial. Allá se ajusticiaba con la horca a los infractores de la ley. Y aquí, al pie de la 
colina, enterraban a los gentiles, a los que no merecían ser sepultados 
en el cementerio de la ciudad. Algo me incomodaba desde que llegamos y 
era eso. Bajo nuestros pies enterraban a los muertos". 
Listo, resuelto el misterio. Al fin puedo concentrar mi atención en la charla sobre la que debo escribir. Pero ya es tarde. Para entonces el evento ha concluido.
 
Listo, resuelto el misterio. Al fin puedo concentrar mi atención en la charla sobre la que debo escribir. Pero ya es tarde. Para entonces el evento ha concluido.
Javier
 se acerca a conocer mi opinión. Le respondo que me ha parecido "interesante". Me dice que estuve muy callado, pero que no importa, que
 otros críticos también lo han estado durante el conversatorio y que lo 
que importa es lo que escribiré al respecto. Nuevamente escalofríos. El temor de la hoja en blanco y esas cosas.
Me 
piden que salga a comprobar si mi auto está bien porque han robado 
algunos vehículos en la parte alta de la colina. Salimos, subimos la cuesta hasta el tope y
 encontramos a un grupo de estudiantes frente a un automóvil desvencijado. Les han robado tres computadoras y alguna pieza del motor. Los rateros dejaron 
un teléfono celular sobre el asiento trasero. No lo quisieron tomar, 
seguramente porque es viejo y de color palo de rosa, muy feo. Una chica pide 
ayuda porque su vehículo no se enciende. Los ladrones cortaron
 los cables de la batería para desactivar la alarma. 
También mi automóvil ha sufrido el paso de los malandros. Rompieron un 
vidrio pero no hallaron nada que sustraer del interior, ni siquiera 
un teléfono rosa. En total fueron siete los coches afectados.
 
Un
 círculo de personas se ha formado a media noche, a causa de los caprichos del azar, en torno al sitio de la picota colonial. ¡Martes de mierda! dice uno de los chicos que perdió su portátil en el robo, al tiempo que levanta la 
botella y bebe un trago de cerveza. Sus pertenencias fueron sustraídas en
 el preciso lugar donde hace siglos se levantaba el monumento de la justicia implacable ¿Representaba aquello una 
fabulosa ironía del destino, una coincidencia significativa, un símbolo quizás? Los vidrios rotos de los
 siete coches perjudicados brillan sobre el mismo suelo donde centelló la sangre de la cabeza degollada de Blasco Núñez... ¿Vamos a comer algo? pregunta el Mateo. Vamos rápido, le respondo.
Y
 en el cementerio olvidado, al pie de la colina, los asistentes visten 
de manera ridículamente formal en un día ridículamente ordinario. Beben 
entre semana con la tranquilidad de hacerlo en un evento de carácter 
cultural, y escuchan, hasta la saciedad, a unas personas que confiesan que en 
realidad querían hacer porno pero sus mamás no les dejaron.
