sábado, 25 de agosto de 2018

Puntadas e hilvanes críticos 02

Por Leopoldo Ante

LA ENSEÑANZA DE LA ARQUITECTURA, ¿arte o profesión?


«Los pueblos no se detienen en sueños poéticos en el crepúsculo de un oasis»

El mundo actual —pragmático, desencantado, nihilista y materialista— requiere cada vez más "ingenieros inmobiliarios" y cada vez menos arquitectos. Esa es la verdad. Por supuesto, lo que quiere el mundo no es precisamente lo que necesita, también se demanda cada vez más Bad bunnys y menos Debussys.

¿Qué esperan las universidades para crear la carrera de “Ingeniería Inmobiliaria” o "Ingeniería del espacio construido", si se prefiere, y liberar así al otrora respetable concepto "arquitectura" del estigma del mercantilismo mercenario de nuestro tiempo?

Hay un acuerdo entre los proveedores y los usuarios de servicios educativos de nivel superior que consiste en denominar “arquitectura” a una carrera profesional que tiene poco que ver con ese término. Supongo que es porque la palabra aún guarda un poco del encanto que adquirió merecidamente en otros tiempos.  El 60% de los estudiantes de la carrera denominada actualmente “arquitectura”, en las universidades de todo el mundo, irían contentos a una nueva profesión (mucho más "práctica" y cercana a la realidad de hoy en día) que podría llamarse “Ingeniería Inmobiliaria”, con especialidad en construcciones convencionales, económicas pero revisteras, que den el máximo rendimiento posible a los promotores + análisis de factibilidad, presupuestos, normativas, marketing y ventas + diseño de logotipos y visualización 3D. De los restantes, alrededor de un 20%, aprovecharía mejor una “Ingeniería en Construcciones” con especializaciones en sostenibilidad, recursos humanos, administración e "Hinnovación" (con H para que parezca aun mayor la novedad). Un 10% deberían ser dirigidos a una escuela de "Artes Contemporáneas", con especialización en producción de objetos espectáculo-habitables, portafolio y filosofías posmodernas cripto-normativistas. Aproximadamente un 9% harían bien en acceder a una tecnología de aprendizaje empírico en “construcciones alternativas” —el apetecido “Aprender Haciendo” o "Arq Attack"— con énfasis en carpintería, soldadura, albañilería, manualidades, reciclaje, usos no convencionales de materiales convencionales (porque sí), fotografía, manejo de redes, autopromoción, marketing y primeros auxilios.

El 1% restante, sin dejar de lado todo lo anterior (pero considerándolo accesorio), podría empezar por ir a la biblioteca y enterarse qué es, qué ha sido durante siglos y qué seguirá siendo —cuando de nuestra civilización no quede de testimonio más que toneladas de plástico flotando en los océanos— la arquitectura. El aspirante debe estar consciente de que nunca, en ninguna época, fue fácil, ni ha sido la prioridad, lo que hoy se conoce como "la inserción en el mercado laboral" (para eso están la Ingeniería Inmobiliaria y la construcción). Incluso los mejores tuvieron dificultades a lo largo de su vida para hallar encargos arquitectónicos que valieran la pena. Muchos no hicieron sus primeros edificios importantes hasta después de los 50 años de edad. Pero ninguno lloraba (a los 30) para que la concepción de "arquitectura" se adapte a sus particulares, pasajeras y mundanas "necesidades actuales". El aspirante debería tener, por sobre todas las cosas, una habilidad innata para comprender y concebir ideas complejas desde la forma y el espacio: capacidad tectónica (no según lo explica el mediocre de Kenneth Frampton sino como se entendía este concepto en Alemania a mediados del siglo diecinueve*). Además debería ser una persona atenta al espíritu de los tiempos y con una capacidad crítica que lo distinga de las muchedumbres aletargadas y de las masas humanas en fermento. Su anhelo consistiría en llegar a ser, con paciencia (requiere tiempo) y esfuerzo, personas consecuentes con la realidad sin por ello dejar de ser coherentes con la disciplina.
 
*Leer a Karl Bötticher

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